Clarissa, la vaca azul

Clarissa, la vaca azul
paseando por el campo

sábado, 19 de diciembre de 2009

¿Será que se ha llevado a un Tío Conejo al poder o será que es otro el cuento?... (primera parte)











Ilustración: Antonio Villaroel.





¿Será que se ha llevado a un Tío Conejo al poder o será que es otro el cuento? O, ¿cómo es que sigo siendo un venezolano de a pié a pesar de ello y, a mucha honra?

“Sólo sé que no sé nada”. Tal es así que, por regla de vida, ni siquiera estoy seguro de nada. Incluso, de que esta frase la haya dicho Sócrates, como lo asegura Platón y, si mal no recuerdo, algunos dicen que lo reafirma Aristóteles. Y nadie, creo, haya podido saberlo en el transcurso de los siglos y, menos, haya podido tener la seguridad sobre ello. ¿O, sí, y no lo conozco?
Claro que, en el caso personal, la afirmación de esa frase, más que una pesada carga de inestabilidad constante, me ha beneficiado para la búsqueda, el encuentro y hasta de los logros añadidos de muchos conocimientos que nunca pensé asumir. Y, por supuesto, de la superación paulatina de los pocos o muchos temores que esto conlleva.
Creo que eso es lo que un narrador oral y docente como Sócrates, y que nunca nos dejó una línea escrita, siempre lo ha visto como lo mejor. Como creo que, desde su elección de beber la cicuta ante sus alumnos, como nos narra Platón en su famosa “Apología”, el maestro del conocimiento nos sonrió, sonreirá y sonríe eternamente. Y nos brinda una manera de llegar hasta él. Y hasta el conocimiento de cualquier tipo. ¿No les parece?
Y puedo mostrarlo. O, al menos, creo que así será. Como lo leerán aquí.

Ha sucedido que, considerándome un “analfabestia” en el conocimiento de los avatares de la situación que atraviesa nuestro país desde hace varios años y, en especial, en esta década, he logrado, al menos por ahora, llegar a aproximarme al primer peldaño del nivel de educación, al básico como para lograr narrarles una serie de cuentos, más bien vivencias, que giran entorno al tema que me propuse. E, incluso, aceptar el concepto de No País sostenido por Agustín Blanco Muñoz desde hace un tiempo.
¡Ah!, antes de continuar, aclaro, aunque puedo oscurecer, según dicen las lenguas de “mala reputación”, o de la buena, que también las tienen: espero que nadie pueda estar ni siquiera sospechando o crea, al menos, que hay algún tipo de connotación por el uso de la expresión “por ahora”. Ella es de uso común y no tiene que dejar de serlo. Ni por decretos. Constitucionales o no.
Al arte de narrar cuentos, que es el oficio más viejo de la tierra (*), lo ejerzo desde hace cuarenta y tres años. Primero como docente en Literatura, luego como exiliado y como padre, hasta llegar a ejercerlo profesionalmente en numerosos Festivales Nacionales e Internacionales, en la fundación y dirección de agrupaciones de Narración Oral y, en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, como docentes en los Seminarios de las Escuelas de Educación y de Letras y como Director de Narracuentos UCAB, la agrupación de los mal llamados “cuentacuentos” de esa casa de estudios.
Para el trabajo final de su cátedra en el Avanzado de Periodismo, Pino Iturrieta nos propuso una pregunta: ¿Por qué soy venezolano? Y, ante una pregunta así, a uno, como olimareño (**) de origen le provocó responder como lo hacían mis paisanos de Treinta y Tres: “¿Y, por qué no?”.
Por supuesto que me sorprendí ante la pregunta en sí. Como me sorprendí al saber que tenía que reconocerme como hijo de tres madres: la que me dio el ser, la patria donde nací y la que me adoptó y adopté.
Aclaro. Nací en el vientre de una buena familia, pobre pero honesta, en una ciudad del interior, uno de esos “pueblos de campaña” de la República Oriental del Uruguay: Treinta y Tres, capital del departamento del mismo nombre y que está casi rodeada por un pequeño río, el Olimar, que nos da el gentilicio que nos identifica entre todos los uruguayos. Frente a los conocidos y oscuros avatares de la década de los setenta, fuimos aventados hacia estas Tierras de Gracia. O de desgracias, según le oí decir a una señora, muy criollita ella, en estos días. Y, entonces recordé que fue casi por la casualidad que llegamos a Venezuela, como por la causalidad ante las des - gracias de la otra, la tierra de nuestros orígenes. Desde hace unos cuantos años, y según consta legalmente, somos venezolanos por naturalización. Y como dicen por allá, por las patrias del sur: ¡A mucha honra!
De Venezuela poseía una visión especial. Mejor tendría que decir una sonoridad inicial por los recuerdos, frescos aún, en las cálidas referencias de uno de nuestros educadores olimareños: el maestro y compositor Rubén Lena.
Él y su esposa, ambos maestros normalistas, habían participado de los logros socios pedagógicos ejecutados en este país por los años cincuenta por un grueso de educadores sureños. Su entusiasmo era de tal magnitud que no sólo
nos hablaba permanentemente de Venezuela - ¡y hasta nos enseñaba a bailar joropo! - sino que nos hacía escuchar, en los viejos discos de acetato, a Juan Vicente Torrealba y Los Torealberos, a Magdalena Sánchez, Rafael Montaño y las tonadas de Simón Díaz que recién comenzaban a ser algo conocidas.
Las vivencias de Rubén Lena, quizás no exentas de cierta idealización, nos hablaban, y nos reforzaban, la imagen de un venezolano espontáneo, campechano como un simple niño grande; solidario con el extranjero, abierto a ofrecerle lo que necesitara para hacerlo sentir como en su casa; tolerante con el otro aunque no tuviera ideas similares, al punto de que aún al discutir las diferencias, primara la conciliación antes que ellas; nada racista porque, entre sus razones primordiales, reconocía que, genéticamente, es el resultado de múltiples y variadas mezclas desde sus orígenes coloniales; además, de muy limpio y claro proceder, honesto en sus actos, coherente con su palabra empeñada, pacífico y nada violento. Y esa fue la primera percepción sentida.
Silenciados, temerosos por lo vivido en los últimos años antes de llegar a Venezuela, nos asombraba la espontánea, abierta y bulliciosa comunicación de los venezolanos por sus múltiples lenguajes al expresarse. Era como descubrir verdaderos maestros del narrar con gestos y con movimientos, más que con palabras. Era disfrutar a narradores de cuentos con fuertes raíces entroncadas en las culturas africanas y aborígenes. Nos asombraban con sus actitudes de sacarle partido a cualquier situación desagradable y voltearla con alguna expresión, con algún gesto, con alguna humorada. Y con sus saludos matinales al subir al autobús, sus santiguarse al salir al trabajo o ante cualquier tarea que iniciaban. ¡Era una refrescante y constante sensación, no tanto de una simple irresponsabilidad, como de una sutil alegría vital! También, no puedo negarlo, era retornar o, al menos, reencontrarme con el provinciano que llevo dentro.
Una semana antes de la Navidad de 1978 pasamos a vivir al primer apartamento que alquilamos. Habíamos estado, durante tres meses, en casa de unos paisanos que nos cedieron dos habitaciones, una para mi suegra y las dos hijas, pequeñas para ese entonces, y la otra para mi esposa y para mí. Reunidos para los festejos de Nochebuena oímos sonar al intercomunicador:
- ¡Bajen a la fiesta! – se escuchó al atender.
- Gracias, pero no conocemos a nadie y ya estamos festejando con la
familia – dije como respuesta.
- Pero, ¡bajen a la fiesta! – se escuchó de nuevo.
Como cinco veces se repitió el llamado hasta que bajé y me fui directo al salón de fiestas del edificio. No iba molesto pero, eso sí, dispuesto a aclarar lo que suponía era un malentendido.
- ¡Mira, chico! – dijo el Presidente de la Junta de Vecinos al verme, ya
con su mano abierta, extendida para saludarme – Nosotros sabemos que ustedes son una familia recién llegada de Uruguay y, como hoy es el Día de la Familia, los queremos saludar como tales.
Y ese detalle nos abrió puertas y ventanas al corazón de la nueva patria.
Para febrero del 2002, la Casa de Andrés Bello convocó a narradores orales, docentes, investigadores y profesionales interesados en el área para la realización de un Seminario sobre Oralidad, de unos tres meses, coordinado por Antonio Trujillo. A la segunda semana de comenzar, me solicitaron el favor de suplirle por unas tres a cuatro semanas porque tenía que ausentarse del país por razones de salud de un familiar. Al explicarme los motivos, supe que su ausencia se prolongaría, al menos, hasta la culminación del seminario. Nunca regresó a él y, obvio, me hice responsable del Seminario de Oralidad.
Todos los miércoles, bajaba del Metro en Estación Capitolio. Caminaba hacia Plaza Bolívar y desde ahí, directo, hasta la esquina del Ministerio de Educación en donde está la Casa de Bello. El último día del seminario, cuando llegué a la plaza, me encontré con un grupo de personas con cachuchas rojas y una señora de pelo oxigenado o teñido de rubio, con un megáfono en su mano. No puedo asegurar que era la dirigente bolivariana -¿o chavista?- Lina Ron, el momento no estaba para presentaciones y nadie lo hizo, pero se le parecía mucho. Sentí como las miradas de muchos se fijaron en mí. Me dije, ante la tensión de las mismas, que eso no era conmigo y orienté mi vista hacia el lugar donde me dirigía. Al tiempo que un enorme escupitajo, que casi roza mi cara, caía a mis pies oí, por el megáfono encendido, el grito de la mujer que lo tenía:
- ¡Ese viejo escuálido!
Ahora sabía que aquello, sí, era conmigo y era un Encuentro cercano del Tercer Mundo. En segundos, que duraron siglos, tuve que resolver qué hacer: si miraba a quien me había lanzado el escupitajo - lo había visto de refilón - él me diría algo; si le respondía, iba a ser peor; y, si salía corriendo, estaba seguro que sería mucho peor. Pasé por arriba de aquello y continué mi marcha, con mi vista hacia donde iba. Agradecido, además, de que sólo me lanzaron un escupitajo al cruzar por la llamada Esquina Caliente. Dada la situación podría haber sido una piedra, una botella o un balazo. Al dar el tercer paso recordé, y no por una casualidad, lo sucedido en la Navidad del 78. Y me pregunté: ¿Es ésta la Venezuela de Rubén Lena?, ¿es ésta la que conocí?, ¿es ésta la patria de mis hijas y la que será para mis nietos?, ¿siempre fue así y estaba dormida?
Este suceso pareció confirmar – personalmente - lo que vivimos desde unos años a esta parte: Venezuela es otra. Y cuestionarnos sobre ello, importa.
- Yo no soy tolerante con la intolerancia - dijo Miguel Delgado Estévez a Elizabeth Fuentes al entrevistarlo el 3 de agosto del 2007 en “Tremenda Fuente” , programa retransmitido el 19 de diciembre de ese mismo año, por el canal 33 de Globovisión.
Este mismo día, la Agencia Bolivariana de Noticias publicó en Internet una nota cuyo encabezamiento cito: “«En Venezuela no hay presos políticos sino políticos presos», aseguró el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías, al término de la firma de acuerdos con el Reino de Malasia, acto que tuvo lugar este martes en el Salón Ayacucho del Palacio de Miraflores, en el centro de la ciudad.” Y, en el párrafo siguiente la ABN dice: “«No me corresponde a mí ser concluyente en este caso y lo relativo a una Ley de Amnistía corresponde a la Asamblea Nacional. Los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial estarán siempre dispuestos a abonar el camino para que en Venezuela siga floreciendo la prosperidad, la paz y la democracia. Todos estamos movidos por la solidaridad, el humanismo y el respeto al ser humano», destacó el Jefe del Estado venezolano” Y uno, con toda la tolerancia que es posible, se pregunta, una y otra vez: ¿Será esto así? ¿Será que la Asamblea Nacional, y ésta en particular, propondrá o aceptará una Ley de Amnistía? ¿Cuánta disposición han visto los venezolanos en los Tres Poderes para abonar el camino del florecer de “la prosperidad, la paz y la democracia” en estos últimos años y, en particular, los familiares de los detenidos y los ahora llamados “políticos presos”? ¿Cuánta “solidaridad, humanismo y respeto al ser humano” han visto los venezolanos en casos tan emblemáticos como los despidos masivos de los miles de empleados de PDVSA, los directivos de instituciones culturales o los empleados públicos desincorporados? ¿O, ante las personas que tuvieron que realizar trámites en instituciones públicas o los viajeros que han sido “matraqueados” por estar en la “Lista Tascón”? Ni en los problemas con el personal de PDVSA o los obreros de la Siderúrgica del Orinoco. Ni en los problemas con los hospitales y con la educación. Ni las “regaladeras” a los “Hermanos del Hemisferio”. Ni los manejos de la política exterior con sus inferencias en la política de los otros países. Ni los problemas de los secuestros y robos y sin ahondar en los muertos y los desaparecidos “en extrañas circunstancias” o en “circunstancias aún no aclaradas”, si es que llegaran a aclararse algún día. Ni del largo juicio y la posterior condena a los comisarios y a aquellos guardias nacionales que actuaron en los, menos aclarados aún, sucesos de abril. Ni de los numerosos ataques a los periodistas de oposición a quienes, directa o indirectamente, se les niega información o, con el apoyo de grupos de choque, se les golpea. O son vejados sistemáticamente. Incluso desde las altas esferas del gobierno. Ni a las constantes visitas a los medios, a los que se les amenaza o se les sanciona acudiendo a retorcidos vericuetos legales. O se les multa o se les amenaza con cierres que paulatinamente se van cumpliendo. ¿A paso de vencedores? Y, menos aún, había escuchado las últimas palabras en off del locutor oficial al cierre de la Cadena Nacional por los festejos de este 24 de julio de 2009, exactamente a la 1.23 p. m., y que las anoté para no olvidarlas:
“- Importa navegar. No importa la vida. ¡Patria, socialismo o muerte!”.
Las negritas, otra vez me pertenecen, aclaro.
Entonces se me hizo presente una frase que nos dijera Milagros Socorro en un momento del desarrollo de su cátedra en el Avanzado de Periodismo: “La verdad no es lo contrario de la mentira sino de la polarización.”


(*) Hace un tiempo, un poco en broma y mucho en serio, le dije a un alumno de uno de mis talleres, que discutía con otro, no sé por qué, y le aseveraba que el oficio más viejo de la tierra era la prostitución: - “Tenga cuidado. No se deje convencer por lo que se dice. Para que exista una prostituta, tuvo que existir uno que le contara un cuento y ella se dejara convencer. Es seguro que tuvo que existir un narrador de cuentos”. No estoy convencido que eso sea tan así, y menos que siga siéndolo. No hay manera de comprobarlo. Además, al menos yo, no estaba ahí para aseverarlo. Como decía un amigo bromista.
(**) Por el contexto de lo escrito aquí, se entiende que el gentilicio olimareño es el que se aplica a los habitantes del Departamento de Treinta y Tres, una las diecinueve divisiones territoriales del Uruguay.


Armando Quintero Laplume

Tomado del libro ENTRE NOSOTROS Prensa, democracia y gobernabilidad en la Venezuela actual de Carlos Delgado-Flores (coordinador) Ediciones de la UCAB. Serie Mapas de la COMUNICACIÓN. Caracas, noviembre 2009.

El gran dictador: discurso final
















Realmente lo siento, pero no aspiro a ser emperador. Eso no es para mí. No pretendo regentar, ni conquistar nada de nada. Me gustaría ayudar en lo posible a cristianos y judíos, negros y blancos. Todos tenemos el deseo de ayudarnos mutuamente. La gente civilizada es así. Queremos vivir de nuestra dicha mutua...no de nuestra mutua desdicha. No queremos despreciarnos y odiarnos mutuamente.
En este mundo hay sitio para todos. Y la buena tierra es rica y puede garantizar la subsistencia de todos. El camino de la vida puede ser libre y magnífico, pero hemos perdido ese camino. La voracidad ha envenenado el alma de los hombres, ha rodeado el mundo con un círculo de odio y nos ha hecho entrar marcando el paso de la oca en la miseria y en la sangre. Hemos mejorado la velocidad pero somos esclavos de ella. La mecanización que trae consigo la abundancia nos ha alejado del deseo. Nuestra ciencia nos ha vuelto cínicos. Nuestra inteligencia duros y brutales. Pensamos en exceso y no sentimos bastante. Tenemos más necesidad de espíritu humanitario que de mecanización. Necesitamos más la amabilidad y la cortesía que la inteligencia. Sin estas cualidades la vida solo puede ser violenta y todo estará perdido. La aviación y la radio nos han acercado los unos a los otros. La naturaleza misma de estos inventos requería la bondad del hombre y reclamaba una fraternidad universal para la unión de todos.
En este momento mi voz llega a miles de seres esparcidos por el mundo. A aquellos que puedan comprenderle les digo: no desesperéis, la desgracia que ha caído sobre nosotros no es más que el resultado de un apetito feroz, de la amargura de unos hombres que temen el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará y los dictadores perecerán, y el poder que han usurpado al pueblo volverá al pueblo. ¡Y mientras existan hombres que sepan morir, la libertad no podrá perecer! Soldados, no os entreguéis a esos brutos...hombres que os desprecian y os tratan como esclavos, hombres que regimientan vuestras vidas, imponen vuestros actos, vuestros pensamientos y vuestros sentimientos; que os amaestran, os hacen ayunar, os tratan como ganado y ¡os utilizan como carne de cañón!.No os pongáis en manos de esos hombres contra natura, de esos hombres-máquina con corazones de máquina. ¡Vosotros no sois máquinas!¡Vosotros no sois ganado!¡Vosotros sois hombres!¡Vosotros lleváis el amor de la humanidad en vuestros corazones! No odiéis. Sólo los que no son amados odian. Los que no son amados y los anormales....Soldados, ¡no combatáis por la esclavitud! Combatid por la libertad.
En el capítulo 17 del evangelio según San Lucas está escrito: "El reino de Dios está en el hombre mismo". No en un solo hombre, ni en un grupo de hombres, ¡en todos los hombres! Y ¡vosotros! Vosotros, el pueblo tenéis el poder para crear máquinas. El poder para crear la felicidad. Vosotros el pueblo tenéis el poder para crear esa vida libre y espléndida...para hacer de esa vida una radiante aventura. Entonces, en nombre de la democracia, utilicemos ese poder...¡unámonos todos! Luchemos por un nuevo mundo, un mundo limpio que ofrezca a todos la posibilidad de trabajar, que de a la juventud un porvenir y resguarde a los ancianos de la necesidad, prometiendo estas cosas gente ambiciosa se ha hecho con el poder, pero ¡han mentido! No han mantenido sus promesas, ¡ni las mantendrán jamás! Los dictadores se han liberado pero han domesticado al pueblo. Combatamos ahora para que se cumpla esa promesa. Combatamos por un mundo equilibrado...un mundo de ciencia en el que el Progreso lleve a todos a la felicidad. ¡Soldados! en nombre de la democracia, ¡unámonos!

http://www.youtube.com/watch?v=3cFTJ9q5ztk&feature=related
Al pulsar sobre el enlace de arriba, verá y oirá a Charles Chaplin en el fragmento de la película. Tomado de YouTube.

¿Será que se ha llevado a un Tío Conejo al poder o será que es otro el cuento?... (segunda parte)









Ilustración tomada del blog de Antonio Villarroel.




¿Será que se ha llevado a un Tío Conejo al poder o será que es otro el cuento? O, ¿cómo es que sigo siendo un venezolano de a pié a pesar de ello y, a mucha honra?

Ante lo que está sucediendo, uno que ya vivió situaciones que se le parecen, se pregunta: ¿será que el sur vuelve a repetirse desde la otra acera? Aunque, lo sea en una versión corregida, aumentada y “tropicalizada”.
Claro que, para pensar así, tendríamos que creernos que estamos ante un gobierno de izquierda, y no verlo como una de esas historias que alguien se inventó, en una versión nueva y maltratadora de Tío Conejo ante Tío Tigre.
Con su aflorado resentimiento acumulado en siglos. Y con toda su picardía a flor de galones disfrazados de civiles. Perdón, quise decir, de lobos disfrazados de corderos.
Con la lamentable referencia, y la siempre mala generalización, de seguir tratando de feroces a los maltratados lobos, como se ha hecho en la mal llamada Literatura Infantil. Y aunque el proceso tampoco tenga nada de infantil.
Reconocemos también, por supuesto, que los barros de los tan mentados cuarenta años de democracia trajeron estos lodos.
Con el apoyo, incluso, de los medios. ¿O, no?
Sabemos y reconocemos que eran necesarios muchos cambios.
¿Pero era necesario y el país reclamaba un Socialismo del Siglo XXI?
¿Era necesario vivir en guerras permanentes? ¿En dualidades en todos los terrenos? ¿En enfrentamientos entre un mundo real (el de todos los días con sus hambres, sus inseguridades y todas sus carencias) y esos mundos de sueños de lo que queremos ser y aún no somos (el que nos presenta El Señor Presidente – con todas las connotaciones que nos recuerdan al título de la novela de Miguel Ángel Asturias, aunque este señor no se anime a tanto, como han dicho algunos, “por ahora” como dicen otros - y que muchas veces nos resultan ficticios, ése que nos presentan los discursos presidenciales y muchas de las cadenas a las que somos obligados con más frecuencias)
Y vino a mi memoria el último párrafo del EDITORIAL de la Revista SIC Nº 691 de enero-febrero de 2007, ¡qué a esta altura tan lejos nos parece, estando tan cerca con las últimas resoluciones, propuestas y acontecimientos internos!:
simplemente estatización, centralización del poder y hegemonía política e ideológica “Pensamos que si por socialismo del Siglo XXI se busca una verdadera socialización del poder desde la pluralidad política e ideológica; la profundización de la justicia social que incluye en la agenda temas como la seguridad ciudadana, el desempleo, vivienda y urbanismo, servicios médicos de calidad, educación cualificada, cárceles, etc.; y las garantías a las libertades ciudadanas entonces nosotros ya desde al menos 1968 somos parte de este proceso. Pero no estamos de acuerdo si por socialismo del Siglo XXI se entiende ”.
O, más claro, si es que no lo oscurezco con los grados superlativos, y en aumento paulatino, de todas las necesidades que serían atendidas y que fueron la esperanzada bandera para lograr, como otro caudillo libertador de los tantos que por estas tierras han sido y que, desde los tiempos de la Conquista parecen necesitar, según algunos teóricos, los habitantes de Venezuela. Promesas que le hicieron llegar a la presidencia: guerra sistemática a la corrupción, atención a las carencias habitacionales, atención a los niños y a los ancianos, atención a la cultura, atención a la producción, guerra al hampa y la violencia cotidiana y… y… y otras tantas propuestas prometidas, iniciadas, o medio concretadas, o detenidas y luego, olvidadas. O, a veces, retornadas para volverlas a terminar destrozándolas.
Hay una síntesis bien interesante sobre lo que está sucediendo en estos últimos diez años en Venezuela realizada por Andrés Cañizález:

“Hemos vivido en Venezuela, en una suerte de vorágine en los últimos años. Gobernado el país por un mismo hombre por una década, asistimos a metamorfosis de diverso calibre, con cambios (o anuncios de transformaciones) casi a diario. La carrera parece no tener fin, como tampoco los recursos económicos de esta época, en la cual el precio de barril de petróleo rompió todos los récords. El país es otro, y tal vez el mundo mediático – junto a otras ramas empresariales sensibles para la lógica gubernamental- resienta especialmente dichas transformaciones. Esa suerte de refundación, en la que se insiste desde el discurso público, parece reducir toda la vida nacional a lo hecho (o deshecho) desde el 2 de febrero de 1999, cuando el presidente Hugo Chávez asumió el poder. Hay, desde el espacio reflexivo, especialmente académico, una cierta necesidad de recapitulación. Se trata de una historia necesaria para poder tener el retrato de cómo los medios y el poder político se entretejieron durante décadas, cuando aún no se había iniciado el tiempo de la revolución bolivariana”.

No sé por qué, cuando estaba releyendo este texto, me recordé de una conversación oída de paso, y casi sin querer, como sucede siempre que uno viaja en el vagón de un metro.
Dos secretarias venían hablando de uno de sus jefes. Una con evidente acento caraqueño, la otra con marcado acento peninsular, hasta diría que catalana, por “la mala leche” de su comentario: “Es que te digo, él es como el Rey Midas. ¿Sabes?, ¿El que convertía todo lo que tocaba en oro? La única diferencia es que, como estamos en dónde estamos, todo lo que hace, aunque le siga quedando amarillo, se le torna más blando y con olor”.
No podemos negar que no todo lo que reluce es oro pero tampoco, en sus momentos de auge todo ha sido el elemento de la otra materia.
Caso concreto, las Misiones.
Aunque el propio Presidente Chávez acaba de reconocer - este sábado 25 de julio de 2009, en el discurso en el homenaje a los 10 años de la Asamblea General Constituyente creadora de esta Constitución que nos rige - que existen problemas en ellas.
Perdón, otra vez hago un paréntesis. Cosas de contador de Cuentos.
- Ah!, no sé, sólo me pregunto: ¿estamos ante un macho vernáculo que golpea todo el año a su mujer pero no se olvida de festejarle su cumpleaños y el Día de la Madre?
Eso fue lo dicho por una vecina - que como muchos fue una ferviente admiradora del Presidente y, por añadidura del proceso - cuando se enteró que el Presidente sería el orador de orden en la Asamblea Nacional en esos festejos. Otra vez las negritas son mías.
Y, me disculpo por la virulencia de lo dicho.
Tampoco podemos desconocer que permanentemente, a veces algo tarde, revisa el acontecer de sus propuestas y cambios. Como impone líneas de trabajo como las de ordenarle a sus subalternos que busquen los mecanismos para el cierre de otro canal opositor o, en su alternativa, prohibir la salida de su presidente, sea justificado o inventado el motivo legal de la misma. ¿Otra jugarreta para un exiliado más?
¡Ah! Ya que hablamos de jugarretas, dicho sea y no tan de paso, porque la cosa se está poniendo color de hormiga: ¿Cuál es, ha sido y será la que se está generando de nuevo con todos - y remarcamos “todos” - los medios?

“Casi todos los periódicos estuvieron divididos entre gobierno y oposición. Apenas hubo espacio para el término medio. No podían, por esas razones, informar con equilibrio sobre lo que ocurría en el país; no podían ser un espejo de la realidad. En verdad, la imagen que reflejaban era una imagen empañada, distorsionada, bastante incompleta”.

Esto lo señaló Eleazar Días Rangel, como lo apunta Andrés Cañizales, con sutil ironía, no al hablar de los medios en el año 2002 sino por el crucial momento de 1936 a 1948, tan difícil para nuestra vida democrática. Y lo hace no “para justificar acciones recientes, porque en el pasado acontecieran experiencias similares, pero es necesario no perder de vista hechos que merecen una lectura y se conectan con lo que se ha estado viviendo en Venezuela en los últimos años”
.
¿Son tan inocentes todos los medios? No habrán fraguado el golpe de Estado de abril de 2002, pero ¿no sostienen, como nos apunta Villamediana, un “oposicionismo beligerante” al condenar por dictatorial diversas decisiones presidenciales y guardar un largo e incómodo silencio ante la acción de Carmona, por ejemplo? ¿No tienen, cumplen o asumen un rol político? ¿No se han convertido, como señala Marcelino Bisbal, “en el espacio público privilegiado por la gente; los medios están alterando la vida y hasta las propias formas que hoy adquiere la socialidad”? ¿Han cumplido con un “mínimo de calidad, transparencia y respeto a los derecho de la audiencia”?...Pero, ¿cómo la está saldando el Estado que se muestra cada vez más?
Además de las medidas que se asumieron en 2004, al aprobarse la Ley de Responsabilidad Social de la Radio y la Televisión, los anuncios oficiales de nuevas medidas y leyes, tanto para los medios como para la educación, la tenencia de la tierra y… y… y… Todo ese conjunto, me llevan ha preguntarme: ¿No será qué, al mejor estilo de la novela satírica Rebelión en la granja de George Orwel? Al menos, como que estamos cargando con toda la corrupción que engendra el poder, en todos los niveles. Y, al continuar sobre los mismos pasos que nos ha trasformado, según Agustín Blanco Muñoz, en un No País, nadie podrá evitar que se sigan expulsando, no a los humanos – porque estamos claros que en este país todos los somos – pero quienes vienen creando un sistema de gobierno propio, cada vez más a la imagen y conveniencia de un líder único, cegados por el poder terminen expulsando a lo humano y lleguen a convertir todo en una tiranía brutal. ¿Seguiremos hasta allí? ¿Seguiremos tropezando, otra vez, con la misma piedra? Ya estamos con una “Hegemonía Comunicacional” y acaparando (o expropiando) todo. ¿O, no?

“Casi toda nuestra historia republicana ha estado marcada por la compulsión a la repetición. No ha habido una verdadera reflexión capaz de deshacer este nudo gordiano. La psicología nos permite agudizar la visión para detectar las variables sutiles que intervienen en los hechos sin ser notadas, para percibir la cara oculta de nuestras posturas y acciones. En este sentido, este estudio de la figura del pícaro revela importantes formas y límites arquetipales que nos confinan y que, reforzados por la cultura, dan cuenta de la repetición de muchos de los complejos históricos que se resisten al cambio. La penetración y efectividad de un discurso político construido sobre el culto del héroe, la demagógica exaltación de la nobleza, las virtudes y los altos ideales de un pueblo que vive mayoritariamente a nivel de subsistencia en una realidad miserable en que la viveza es su principal don, muestra un paralelismo tan contradictorio y extraño a la razón que sólo es posible comprenderlo como resultado del delicado juego de nivelaciones y compensaciones entre los polos o caras opuestas del arquetipo. La psicología de los arquetipos otorga una perspectiva más amplia porque se ubica en el interregno donde lo individual se confunde con lo social, donde los seres humanos se entremezclan con las instituciones y el pasado se hace presente. La comprensión y solución de nuestros más acuciantes problemas sociales no saldrán de su estancamiento hasta que no tomemos en cuenta las prelaciones psicológicas, hasta que no lleguemos al fondo de las actitudes colectivas que soportan el orden económico y político”. Según nos asevera Axel Capriles al culminar su libro La Picardía del venezolano o el triunfo de Tío Conejo.
Por qué no he llegado, hasta ahora, a preguntarme: ¿cómo es que sigo siendo un venezolano de a pié? Pero, a pesar de ello, ¡a mucha honra!
¿Cómo es que sigo, como muchos, aguantando lo que pueda venir?
Y recordé la respuesta que le oí a un anciano, en la cola de un banco, ante un abuso. Llegaba a la caja y una mujer se interpuso entre él y el cajero. Al reclamarle por haberse coleado, ella le amenazó con llamar a su marido.
- ¿Qué te pasa musiú? – dijo al llegar el esposo, con gestos agresivos.
- Mire, señor, el problema no es de nacionalidad, sino de conductas. Aunque, si así lo fuera, le aclaro que, en mi país de origen, al igual que usted en el suyo, nacimos por accidente pero, en mi caso, hay una diferencia: yo sí pude elegir ser venezolano y, como tal, no sabría decirle cual de los dos lo es más. Aunque, ¿interesaría esto si no podemos resolver las cosas tolerándonos y no ofendiéndonos? – respondió el anciano, con la mayor serenidad.
Esa respuesta, acrecentó el reclamo de las personas que observaban la escena, y atrajo al vigilante que le solicitó a la pareja que se retirara del banco.
Por eso soy venezolano, respondí en su momento a la pregunta formulada por Pino Iturrieta.
Y lo respondo aquí de nuevo: para resistir y revitalizar al venezolano que siempre conocí, que es el que admiro y quiero: al venezolano que, como muchos de los amigos que hemos cultivado en todos estos años, aman al ser humano que todos llevamos dentro. Al venezolano que ansía ser mejor e igualarse con los mejores, en lo mejor. Al venezolano que desde los espacios donde narro oralmente o de los sitios donde escribo siempre comparto y coparticipo con él. A ese venezolano sin distingo si es de barrio o urbanización, si vive en el este o en el oeste, si tiene fe en tal o cual credo o religión. Y menos, si es rojo, amarillo o azul, porque todos, desde antes de nacer, o porque adoptamos a estas tierras como nuestra nueva patria, estamos cobijados por una bandera que tiene franjas iguales en esos colores. A ese venezolano que nunca fue ni-ni porque siempre asumió compromisos. A ese venezolano que ahora se califica de no alineado pero, con todo el respeto por la criteriosa calificación, no le importará nunca que lo llamen como lo llamen. Porque, sea como sea él siempre será un ciudadano de a pié, que vive, sangra y sobrevive resistiendo los avatares de los tiempos. Camine o circule en bicicleta, moto, carro, autobús o metro. A ese venezolano que deseamos siga siendo como es. Y que siempre estaremos dispuestos a promover para nuestros hijos y nietos, y para cada uno de nosotros. Nos lo merecemos, ¿o, no les parece?

Armando Quintero Laplume
Tomado del libro ENTRE NOSOTROS Prensa, democracia y gobernabilidad en la Venezuela actual de Carlos Delgado-Flores (coordinador) Ediciones de la UCAB. Serie Mapas de la COMUNICACIÓN. Caracas, noviembre 2009.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Temas de Narración Oral: Todo espacio es posible al narrar










Pintura de Jackson Pollock


“La narración oral es un acto en el espacio, donde el ser humano, al narrar a viva voz y con todo su cuerpo, asume cualquier espacio como el espacio del cuento” Definición nº 23 de Francisco Garzón Céspedes (en “El arte escénico de contar cuentos”)

Es evidente que la narración oral es en esencia escénica y que, en su plenitud creativa, es uno de los artes escénicos que, incluso, ha renovado y revitalizado la necesidad humana del diálogo, la práctica cotidiana de la conversación.
Su reconocimiento como tal, su valoración y hasta, diríamos sin exagerar, su dignificación, se lo debemos a las experimentaciones, las investigaciones y los importantes aportes teóricos de Francisco Garzón Céspedes quien, por primera vez -desde la década de los setenta con La Peña de los Juglares en Cuba y, principalmente, a través de su posición como “un investigador crítico, un teórico y un participante escénico”- lo fue concretando en ese sentido, para lograr cuajarlo y fundamentarlo como tal desde su Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica, sus numerosos Festivales y Muestras Internacionales de Narración Oral Escénica y los múltiples talleres dictados en tantos años en el viejo oficio.
Nuestras observaciones principales, nuestros fundamentos teóricos, nuestras experimentaciones e investigaciones y hasta el desarrollo de nuestra propuesta de trabajo se basan, principalmente, en esos aportes. A los cuales, por supuesto, complementamos -adaptándolos, modificándolos o recreándolos- apoyados en nuestro permanente análisis de la práctica, personal y constante, en la ortodoxia del arte y en su experimentación –personal y grupal- como en los aportes teóricos brindados por otros narradores orales en ejercicio y numerosos teóricos de la comunicación humana y de las artes escénicas.

El espacio escénico
Es muy cierto que la narración oral es un acto en el espacio, como lo es el hecho que el narrador “asume cualquier espacio como el espacio del cuento.”
Es cierto que un narrador oral experimentado puede asumir un espacio al aire libre como asume un aula de clases, un auditorio o una sala de teatro, grande o pequeña, como el espacio del cuento. Como, también, puede asumir la mesa de un café, las escaleras de una edificación, el vagón de un tren, el patio o la celda de una prisión, la sala de una casa y hasta, por qué no, una cama. Basta, eso sí, que reconozca a conciencia cada una de las diferencias que cada uno de estos lugares tiene -con su muy bien definida personalidad- y los efectos que estos pueden provocar, y hasta determinar, sobre el proceso total en la comunicación directa del cuento a narrar en cada uno de ellos.
Un narrador experimentado tiene que conocer las posibilidades que cada uno de estos espacios le brindan a su oficio. O de otros no señalados, porque en todos los espacios es posibles que narremos nuestros cuentos, al menos, alguna vez.
Pero, no es menos cierto que, para un narrador que se inicia, no podemos partir del reconocimiento de esta multiplicidad de espacios para que los asuma como tales. Hemos de partir de la consideración básica de un espacio que debe inicialmente reconocer para poder movilizarse con cierta comodidad, con cierta seguridad, con cierto aplomo, para ser eficaz en él. Luego poco a poco pasará, con una mayor conciencia, a asumir las variaciones impuestas por otros espacios.
Ese escenario básico a reconocer es el rectangular tipo italiano. Y, sobre un espacio con estas características nos moveremos inicialmente.
Como ejercicio, dibujaremos en la pizarra un plano de este tipo de escenario, o lo mostraremos en una maqueta. A su lado dibujaremos un plano -o mostraremos una maqueta- del aula de clases o del espacio donde realizamos nuestro taller básico de narración oral. Observaremos, una a una, sus similitudes y diferencias. Veremos y reconoceremos los lugares de esos espacios y las posibles entradas para abordarlos. Luego, les mostraremos algunos planos (o maquetas) de las variantes de los escenarios italianos y de otros tipos de escenarios que tomaremos de los libros de Macgowan - Melnitz (“La escena viviente”) o de Oliva - Torres Monreal (“Historias básicas del Arte Escénico”) Y, por último, les compartiremos algunas experiencias de narración oral que fueron realizadas por nosotros en otros espacios, principalmente, en todos aquellos que nuestros alumnos experimentarán más adelante.

Nuestra movilidad en el espacio
Reconocido el espacio escénico donde básicamente nos presentaremos, comenzaremos a tomar conciencia de las múltiples alternativas que tenemos para moveremos en él, de las posibilidades de cambios por desplazamiento, de cambios por niveles, de los cambios con focalizaciones y otros modos de abordar el espacio que podemos utilizar en nuestras propuestas escénicas.
Como siempre, una serie de juegos colectivos nos permitirán abordar el tema de un modo menos conceptual y más práctico. Aprenderemos, divirtiéndonos.
Inicialmente, para reconocer el espacio, para confiarnos a él, para reconocerlo y disfrutarlo. Nuestro trabajo “es un acto de amor” que incluye, sin dudas, al sitio donde lo desarrollaremos y que, por ello, siempre será visto como un “espacio sagrado”. Y no exageramos al valorarlo así.

Apunte VI “Cuando se aprende a escribir sin titubeos ya no se tiene nada que decir; nada que valga la pena”, comentó alguien que sabía del oficio. Cuando se narra oral escénicamente de ese modo, generalmente, tampoco.

Apunte VII ¿El cuento oralizado es mentira? La narración oral es una obra de arte, un objeto. Desde una posición idealista, cualquier objeto, es mentira. Desde una posición materialista, verdad. Que la oralidad se haga con verdades y mentiras, o realidades e imaginaciones, ya es otra cosa, y generalmente es con todo eso con lo que se hace.

Apunte VIII No podemos olvidar que en el mundo de hoy puede hablarse de la posibilidad de cualquier cosa - ¡este siglo veintiuno, que sigue siendo tan “cambalache, problemático y febril” como el anterior! - desde el fabricar sueños hasta destrozarlos cotidianamente, desde crear las ansias de libertad al reprimir con mayores ímpetus sus manifestaciones, pasando por el cantarle a la vida mientras se destroza una flor o el cerebro de un hombre, como el afirmar que se ha luchado por la democracia entre los seres humanos desapareciendo a las personas. Por ello pensemos en relativo, y en el posible maniqueísmo de una frase como esta de Augusto Monterroso: “Como todo el mundo, me siento enormemente atraído por el Mal, pero siempre me dejo vencer por el Bien”.

Cuando la historia es sagrada



















"En boca de los cuentacuentos, la historia adquiere tono de narración sagrada, y quien es escogido por el narrador para ser depositario del cuento siente que allí hay algo profundo y trascendente que debe ser oído con todo respeto"

Cuando leí el articulo escrito por Lulú Giménez, en especial esas tres líneas con que decidí abrir esta nota, no pude si no reiterarlo, aplaudirlo y en lo posible interpretarlo en imágen. Es mucho la evocación que nos trae el oficio del cuentacuentos, en mi al menos tres:

El Tuuli mongol que es una tradición oral que comprende relatos épicos de varios centenares a varios miles de versos y que está considerado como una enciclopedia viva de las tradiciones orales mongolas e inmortaliza la heroica historia del pueblo mongol. Tengo entendido que tales historias pueden durar horas enteras.

Nuestra tradición, citado por la propia autora, de nuestros niños en las zonas del oriente y occidente venezolano.

Y la hermosa y especial comunidad de cuentacuentos de nuestro pais quien tiene entre sus mejores cultores a Armando Quintero y su vaquita azul que por tanto tiempo nos ha dado cuentos. En él pensé al momento de dibujar y através de este dibujo reconocer tan noble esfuerzo.

"In the mouths of storytellers, the story takes on sacred narrative tone, and whoever is chosen by the narrator to be the depository of the story feel that there is something deep and important to be heard respectfully"

When I read the article written by Lulu Gimenez, especially those three lines with which I opened this note, I could not repeat it if not, applaud and possibly interpret an image. It is much the evocation that brings the craft of storytelling, I at least three:

The Mongolian Tuuli is an oral tradition that includes epic stories of several hundred to several thousand lines and is considered a living encyclopedia of Mongolian oral traditions and immortalizes the heroic history of the Mongolian people. I understand that such stories can last for hours.

Our tradition, quoted by the author herself, our children in areas of eastern and western Venezuela.

And beautiful and special community of storytellers of our country who is among his best exponents Armando Quintero and his blue cow for so long has given us stories. . It thought at the time of drawing and drawing através recognize this noble effort.

Publicaciones: 2009 Misterios del ser. Tomado de Raymond Torres http://rayilustracion.blogspot.com/

martes, 3 de noviembre de 2009

Video de los Festejos Aniversarios de Los Cuentos de la Vaca Azul y Narracuentos UCAB



El 11 de octubre de 1987, en la Biblioteca del Parque del Este de Caracas, con la presencia de los llamados, para esos años, Los Abuelos de los Cuentacuentos, el exiliado boliviano Luis Luksic y la maestra tachirense Blanca Graciela Arias de Caballero, junto a Nanni Barret, la cantautora de origen paraguayo, y mi persona, se realizó la primera presentación de la agrupación Los Cuentos de la Vaca Azul. Agrupación que fuera fundada por mí, y cuyo nombre surgió de un cuento que tuve que inprovisar en un contrapunteo con "El Caimán de Sanares" en el Museo de Barquisimeto, la capital del Estado Lara, un año antes.
El 9 de octubre de 1991, en la llamada Piedra de los Enamorados de la Universidad Católica Andrés Bello se inauguró - oficialmente, porque desde hacía dos años veníamos narrando oralmente en ese sitio - la agrupación Narracuentos UCAB.
El mes de octubre es, sin dudas, un mes de festejos para ambas agrupaciones. Desde hace 22 años para una y 18 para la otra.

Desde el 8 de octubre iniciamos la serie de actividades en La Plaza del Estudiante de la Universidad anunciando los festejos de los aniversarios de las dos agrupaciones a realizarse en Parque Caballito y en la Universidad Católica. Participaron Vanessa Menechey, Tiago de Jesús y Armando Quintero. Fue la primera actividad del nuevo año universitario 2009-2010.
Con el apoyo de un afiche que nos hiciera la Dirección de Cultura de la UCAB, diversas notificaciones en la red, junto a mensajes y llamadas a amigos y familiares, el 11 de octubre nos presentamos en el espacio de Altamira. Narraron dos de los abuelos del taller que dictamos en la Casa de la Juventud Prolongada de Chacao, la Sra. Rhaiza Delgado y el Sr. José Moreno. Por Narracuentos UCAB, lo hizo Vanessa Menechey. Contamos con la participación especial de la Psicóloga Bianca González. El hecho merece un reconocimiento especial. Diríamos mejor: ello fue uno de nuestros regalos de cumpleaños. Bianca, quien tomó talleres con nosotros y nunca narró públicamente, decidió, a partir de lo sucedido, integrarse a ensayar y participar con nosotros. Por Los Cuentos de la Vaca Azul, narraron Freddy Gamboa, Tiago de Jesús y Armando Quintero. Agradecemos la presencia de los numerosos asistentes, familiares, amigos y narradores que nos acompañaron pese al feriado largo. Otro regalo. Y, en especial, le agradecemos a la Profesora y Periodista María Antonia Sánchez que vino con un grupo grande de sus alumnos. Al finalizar la actividad, ellos nos hicieron una entrevista, fue la tarea asignada por la docente amiga.
El 14 de octubre realizamos, con Tiago de Jesús una presentación especial para los alumnos recién ingresados a la universidad. Poco, pero muy atento público. El 15, ambos, nos presentamos en la Plaza del Estudiante. En nuestra actividad normal y constante de la UCAB.
Para el 25 de octubre, realizamos la presentación habitual en Parque Caballito. La hicimos para aquellas personas que no pudieron asistir el 11. Un tercer regalo fue que, para ese domingo, contamos con dos conocidas narradoras: Jenny Fraile, docente de la UPEL, y Linsabel Noguera, la periodista de Sónica, el muy escuchado programa de RCR, y responsable de La Rana Encantada. Narraron, además, el Sr. José Moreno, Tiago de Jesús y Armando Quintero.

Éstas son algunas de las fotos tomadas en las dos actividades de Parque Caballito.
Con ellas se realizó el montaje de este video.

Texto: Armando Quintero Laplume

martes, 27 de octubre de 2009

Cuento para narrar: Una mujer, un hombre y varios corazones


Ilustración tomada de www.estudioportable.com/.../05/mil_corazones.jpg

Una vez un hombre pequeñito se encontró a una mujer pequeñita.
El hombre llevaba un sombrero grande, muy grande.
La mujer vestía una bata larga, muy larga.
Llena de aromas y colores.
En la copa alta del sombrero de aquel hombre pequeñito anidaban pájaros de todos los cantos, todos los plumajes y todos los vuelos.
En la bata larga de aquella mujer pequeñita crecían flores de todos los tamaños, todas las formas y todos los aromas.
Un día el hombre pequeñito paseaba por un parque.
Cerca de la casa pequeñita donde él vivía.
Era un parque en forma de elefante y estaba cerca de donde nace el sol.
Y tenía árboles pequeñitos, fuentes pequeñitas, jardines pequeñitos con
senderos pequeñitos.
La mujer pequeñita venía desde el otro lado del parque.
Desde donde ella habitaba.
Caminaba distraída por uno de los senderos pequeñitos y recogía flores de todos los tamaños, formas y colores con su larga bata.
Al pasar a su lado, el hombre pequeñito miró con gran ternura a la mujer pequeñita. Y la mujer pequeñita miró al hombre pequeñito, también.
Ambos sintieron que sus corazones se hacían grandes, muy grandes, mucho más grandes que ellos.
Grandotes como un cielo abierto y despejado. Sin nubes.
¡Y temblaban, como todas las flores y todos los pájaros de aquel parque, movidos por un viento suave que por allí pasaba!
El hombre pequeñito era tímido, muy tímido.
Por eso no se animó a decirle nada a la mujer pequeñita.
No sabemos por qué, la mujer tampoco.
Sólo se atrevió a mirarlo y a seguir su camino.
Así pasaron los días, las semanas, los meses…
Hasta que en uno de esos encuentros, la mujer le entregó al hombre un papel de todos los colores que, como suponemos, era pequeñito.
En el papel, con unas letras grandes, muy grandes, de ésas que la mujer pequeñita escribía, se podía leer:
“¡Sigue los corazones!”.
El hombre miró hacia atrás, por el hombro de la mujer pequeñita.
Había una hilera de corazones pequeñitos trazados en el sendero que, poco a poco, se hacían grandes, más grandes. Grandísimos.
Y mansos. Como si fueran del corazón de una vaca enamorada del mar.
El hombre caminó y caminó por el sendero pequeño, pequeñito.
Siguió los corazones hasta dar la vuelta al parque.
Justo cuando llegó al último corazón trazado, se reencontró con la mujer pequeñita que le sonreía.
Con una sonrisa, cargada de ternura.
La mujer le entregó al hombre un corazón pequeñito dibujado en un papel de todos los colores.
El corazón no era mucho más grande que una de las uñas del pulgar de cualquiera de las manos pequeñitas del hombre pequeñito.
El hombre le entregó a la mujer una flor pequeñita que hizo, casi sin darse cuenta, con el papel de la nota que le había escrito la mujer pequeñita.
La hizo mientras caminaba por el sendero de corazones trazados.
Ambos se miraron a los ojos y se tomaron de las manos.
El corazón del hombre pequeñito temblaba.
El corazón de la mujer pequeñita, también.
Mientras el corazoncito y la flor de papel crecían grande, muy grande.
Como todo un cielo abierto.
Un cielo abierto y sin nubes.
Como para que un parque se llene del canto de los pájaros y del aroma de las flores que vuelan hacia todos lados.
Movidos por el viento suave, en tanto, el hombre y la mujer pequeñita volaban unidos en un abrazo cargado de ternura.
Volaban y volaban.
Entre los cantos de los pájaros y el aroma de las flores.
Y crecían grandes, muy grandes.
Grandísimos en el corazón de todos los que veían su vuelo.
Como cualquiera logra crecer y volar cuando camina por un parque que tienen la forma de un elefante.
Y está lleno de los aromas, los sonidos y los colores que nos unen a todos.

Cuento presentado al "V Concurso de Cuentos Infantiles Los Niños de Mercosur" con el Seudónimo: "Uno de un lugar que también existe". Recibió Mención de Honor.
Autor del cuento: Armando Quintero Laplume

lunes, 26 de octubre de 2009

Tema de Narración Oral: Lenguajes verbales y no verbales

Tiago De Jesús de Los Cuentos de la Vaca Azul y Vanessa Menechey de Narracuentos Ucab, narrando en el Parque Caballito de Caracas, Venezuela. En los Festejos Aniversarios de ambas agrupaciones el domingo 11 de octubre de 2009.

Desde tiempos inmemoriales, grandes creadores de las más diversas manifestaciones artísticas han estado conscientes de cuanto se puede transmitir con un simple gesto, una alteración de los sonidos de la voz, una sencilla postura del cuerpo, un mínimo movimiento.
Pero, así como los artistas, los individuos comunes también saben de ello. Así lo atestiguan frases tales como: “Nos hizo un no con el dedo”, “Me desnudaba con la mirada”, “Puso voz de caverna”, “Hizo más gestos que un mono”, “Casi lo atravesó con la mirada”. Frases que, más allá de su propio valor metafórico, asocian diversos elementos, verbales y no verbales, con una amplia gama de expresiones humanas.
Hablamos, vital y complementariamente, siempre. En lo verbal, con palabras y enunciados. En lo vocal, con modificaciones de la voz, chasquidos de la lengua y hasta silbidos. Y, en lo no verbal, con las posturas, los movimientos de la cabeza y de las manos, las expresiones faciales e, incluso, hasta con los modos de vestirnos.
El uso efectivo del lenguaje se manifiesta a través de una gran diversidad de elementos que lo componen. No es necesario observar a buenos conversadores para saber que ello es así. Basta que “nos pensemos” conversando para descubrir un universo fascinante, lleno de pequeños mundos. Nuestra conversación -sin arriesgarnos en el pecado de las generalizaciones- cuando es verdadera, “habla” por nuestros ojos, por nuestras manos, por nuestros poros, por todo nuestro ser y hacer. “Habla” por diversos canales. Cuando no es verdadera, también. Por algún canal se manifiesta la falsedad de lo que hacemos o decimos. A total, o a mediana conciencia, lo descubrimos en los otros. O somos descubiertos, si lo aplicamos nosotros. Los ejemplos, en este momento histórico, se multiplican.
Es que lo sabemos. Todos lo sabemos. Y lo asumimos. Siempre, de algún modo. Si no, véase como comprendemos la importancia de lo no verbal en la vida cotidiana. Observemos: mentimos con mayor poder por teléfono, evitando con ese recurso que una alteración de nuestras cejas, un rubor en nuestro rostro, un movimiento nervioso o el desviar de nuestra mirada, nos delate.
Aclaro, por las dudas, que nunca propondremos técnicas para mentir, sino una actitud más veraz, una mayor honestidad en cada acto.
En sentido contrario, cuando vamos a tratar un tema considerado importante, lo hacemos cara a cara, de modo que podamos registrar lo verbal y su coherencia con lo vocal y lo no verbal. Hemos aprendido, por instinto o a conciencia, que no hay nada fortuito. Que todo debe ser descifrado, coparticipado, comprendido y compartido. Que todo debe ser sondeado. Profundizado. La conversación es un acto complejo y completo.
Siendo la conversación – con el reconocimiento asumido a conciencia, de todos los lenguajes que entran en juego al mismo tiempo-; siendo, decíamos, un arte tan viejo y tan nuevo, no está libre de recetarios. Pero éste no es un fin, ni el fin, ni debe serlo. La conciencia del uso y el reconocimiento de lo verbal, lo vocal y lo no verbal, debe avisarnos para no descartar nada, ni lo obvio, a riesgo de no quedarnos metidos en la conversación o de dejarlo, a quien se interrelaciona con nosotros, fuera de ella. Actuar con coherencia, reconocer nuestro decir y hacer esa es la clave.
Sólo nos resta observar algo más sobre el acto complejo y completo de la conversación: los elementos propiamente verbales, lo que se dice, los que transmiten información de conocimientos, ocupan – según investigaciones- sólo un treinta y cinco por ciento de los otros elementos. La cualidad de la voz, el uso del gesto, las posturas y movimientos, que transmiten información indicial acerca de la persona que habla (que nos advierte su modo de ser, su personalidad, su estado de ánimo, su pertenencia a un grupo social...), ocupan el mayor tanto por ciento. Un tercer tipo de elementos sirven para regir el desarrollo de la conversación, pone en evidencia la misma: organiza las secuencias y el progreso temporal: las pausas, el cambio de palabras, los contactos visuales, los cambios de postura. Por ello, cuando alguien, con toda la sana intención, les quiera regalar “un micrófono que esté conectado con todas las cosas para que oigan sus cuentos”- como nos propuso una niña de los Colegios Comunitarios Hebreos- les pido que piensen en el otro lado de la historia. Y volteen mágica y creadoramente el espejo: consíganse un micrófono que les permita escuchar todos los cuentos, que han de tener las cosas, de todos los lenguajes que usan los hombres para comunicarse entre sí.

Grafitti escrito en el muro a carne viva de una presentación (parodiando a Orlando Araujo): Este cuento soy yo: el narrador oral.

Dejémonos de cuentos: quien narra “a viva voz y con todo el cuerpo” no habla solo: aunque espera escuchar “a Dios un día”: aunque espera escuchar a su público. Que es como decir su voz de retorno. Una sola vez, aunque más no sea. Y si de verdad no le importa, es porque él mismo se ha inventado el eco de su durabilidad, de su supuesta eternidad.

Cuando una palabra se te esconda, reviéntale un grito. Adentro. Sin necesidad de que otros se enteren. Pero con el coraje de no callar ante el riesgo.

...Que hay que ser muy autoexigente a la hora de narrar, acaso demasiado...que hay que luchar y entregarse tanto y siempre pareciéndonos poco... Es para no avergonzarnos de no ser más obra de arte y menos verdad, más experimentación y menos testimonio: todo a su medida, aunque incomode mucho a la buena conciencia.

El interés que cualquier narrador oral despierta, normalmente, radica en la forma y en la verdad de lo que dice. Por importante o profundo que sea lo que diga, si no lo dice bien no hay muchas probabilidades de que logre algo bueno, registrable. Además, toda narración tiene que ser literalmente verdadera, no en el sentido de que lo que se cuente haya sucedido, sino desde su credibilidad, desde la capacidad de hacer creíble incluso lo absurdo.

Texto de Armando Quintero tomado de ¿Quieres contar cuentos?http://www.analitica.com/media/3183637.pdf

sábado, 22 de agosto de 2009

Dos cuentos, dos épocas, dos autores.



Muebles "El Canario"
Cuento de Felisberto Hernández

La propaganda de estos muebles me tomó desprevenido. Yo había ido a pasar un mes de vacaciones a un lugar cercano y no había querido enterarme de lo que ocurriera en la ciudad. Cuando llegué de vuelta hacía mucho calor y esa misma noche fui a una playa. Volvía a mi pieza más bien temprano y un poco malhumorado por lo que me había ocurrido en el tranvía. Lo tomé en la playa y me tocó sentarme en un lugar que daba al pasillo. Como todavía hacía mucho calor, había puesto mi saco en las rodillas y traía los brazos al aire, pues mi camisa era de manga corta. Entre las personas que andaban por el pasillo hubo una que de pronto me dijo:
-Con su permiso, por favor...
Y yo respondí con rapidez:
-Es de usted.
Pero no sólo no comprendí lo que pasaba sino que me asusté. En ese instante ocurrieron muchas cosas. La primera fue que aun cuando ese señor no había terminado de pedirme permiso, y mientras yo le contestaba, él ya me frotaba el brazo desnudo con algo frío que no sé por qué creí que fuera saliva. Y cuando yo había terminado de decir "es de usted" ya sentí un pinchazo y vi una jeringa grande con letras. Al mismo tiempo una gorda que iba en otro asiento decía:
-Después a mí.
Yo debo haber hecho un movimiento brusco con el brazo porque el hombre de la jeringa dijo:
-¡Ah!, lo voy a lastimar... quieto un...
Pronto sacó la jeringa en medio de la sonrisa de otros pasajeros que habían visto mi cara. Después empezó a frotar el brazo de la gorda y ella miraba operar muy complacida. A pesar de que la jeringa era grande, sólo echaba un pequeño chorro con un golpe de resorte. Entonces leí las letras amarillas que había a lo largo del tubo: Muebles "El Canario". Después me dio vergüenza preguntar de qué se trataba y decidí enterarme al otro día por los diarios. Pero apenas bajé del tranvía pensé: "No podrá ser un fortificante; tendrá que ser algo que deje consecuencias visibles si realmente se trata de una propaganda." Sin embargo, yo no sabía bien de qué se trataba; pero estaba muy cansado y me empeciné en no hacer caso. De cualquier manera estaba seguro de que no se permitiría dopar al público con ninguna droga. Antes de dormirme pensé que a lo mejor habrían querido producir algún estado físico de placer o bienestar. Todavía no había pasado al sueño cuando oí en mí el canto de un pajarito. No tenía la calidad de algo recordado ni del sonido que nos llega de afuera. Era anormal como una enfermedad nueva; pero también había un matiz irónico; como si la enfermedad se sintiera contenta y se hubiera puesto a cantar. Estas sensaciones pasaron rápidamente y en seguida apareció algo más concreto: oí sonar en mi cabeza una voz que decía:
-Hola, hola; transmite difusora "El Canario"... hola, hola, audición especial. Las personas sensibilizadas para estas transmisiones... etc., etc.
Todo esto lo oía de pie, descalzo, al costado de la cama y sin animarme a encender la luz; había dado un salto y me había quedado duro en ese lugar; parecía imposible que aquello sonara dentro de mi cabeza. Me volví a tirar en la cama y por último me decidí a esperar. Ahora estaban pasando indicaciones a propósito de los pagos en cuotas de los muebles "El Canario". Y de pronto dijeron:
-Como primer número se transmitirá el tango...
Desesperado, me metí debajo de una cobija gruesa; entonces oí todo con más claridad, pues la cobija atenuaba los ruidos de la calle y yo sentía mejor lo que ocurría dentro de mi cabeza. En seguida me saqué la cobija y empecé a caminar por la habitación; esto me aliviaba un poco pero yo tenía como un secreto empecinamiento en oír y en quejarme de mi desgracia. Me acosté de nuevo y al agarrarme de los barrotes de la cama volví a oír el tango con más nitidez.Al rato me encontraba en la calle: buscaba otros ruidos que atenuaran el que sentía en la cabeza. Pensé comprar un diario, informarme de la dirección de la radio y preguntar qué habría que hacer para anular el efecto de la inyección. Pero vino un tranvía y lo tomé. A los pocos instantes el tranvía pasó por un lugar donde las vías se hallaban en mal estado y el gran ruido me alivió de otro tango que tocaban ahora; pero de pronto miré para dentro del tranvía y vi otro hombre con otra jeringa; le estaba dando inyecciones a unos niños que iban sentados en asientos transversales. Fui hasta allí y le pregunté qué había que hacer para anular el efecto de una inyección que me habían dado hacía una hora. Él me miró asombrado y dijo:
-¿No le agrada la transmisión?
-Absolutamente.
-Espere unos momentos y empezará una novela en episodios.
-Horrible -le dije.
Él siguió con las inyecciones y sacudía la cabeza haciendo una sonrisa. Yo no oía más el tango. Ahora volvían a hablar de los muebles. Por fin el hombre de la inyección me dijo:
-Señor, en todos los diarios ha salido el aviso de las tabletas "El Canario". Si a usted no le gusta la transmisión se toma una de ellas y pronto.
-¡Pero ahora todas las farmacias están cerradas y yo voy a volverme loco!
En ese instante oí anunciar:
-Y ahora transmitiremos una poesía titulada "Mi sillón querido", soneto compuesto especialmente para los muebles "El Canario".
Después el hombre de la inyección se acercó a mí para hablarme en secreto y me dijo:
-Yo voy a arreglar su asunto de otra manera. Le cobraré un peso porque le veo cara honrada. Si usted me descubre pierdo el empleo, pues a la compañía le conviene más que se vendan las tabletas.
Yo le apuré para que me dijera el secreto. Entonces él abrió la mano y dijo:
-Venga el peso.
Y después que se lo di agregó:
-Dese un baño de pies bien caliente.


Si desea una información básica sobre el autor, consulte: http://es.wikipedia.org/wiki/Felisberto_Hernández



El rugido de Tarzán
Cuento de Cristina Peri Rossi

Johnny Weissmuller gritó y el bosque entero (con sus insinuantes lianas y espesos follajes) pareció temblar: el vaso de whisky resbaló de la pequeña mesa de vidrio y cayó sobre la alfombra de piel de león; un lago redondo y oscuro crecido con la lluvia. Johnny gritó, un grito largo y sostenido, con sus cortezas y litorales, sus montañas de sonido, sus cuevas vegetales, sus profundidades ocultas donde vuelan los murciélagos y sus nubes ágiles que se deslizan como humo. Un grito prolongado y profundo, largo, hondo, que por el aire resbalaba de rama en rama, convocando a los pájaros azules y a los blancos elefantes; un grito que atravesaba el claroscuro de las hojas, las cicatrices de los troncos, y saltaba entre las rocas como ventisquero; ascendía las cumbres de las quietas, solemnes montañas, corría entre las piedras primarias, oscurecidas por el follaje y precipitaba los ríos estivales, de agua lenta, cristalina. No sólo el vaso cayó; también un cenicero se deslizó, un cenicero de porcelana en forma de hoja de plátano, regalo de una de sus antiguas admiradoras. Y las numerosas colillas estrujadas se desparramaron como menudos troncos quemados.Al grito, acudían las aves de largo vuelo equinoccial, los peces pequeños que lamen el costado de las rocas, los ciervos de reales cornamentas, los cuervos de mirada alerta, los cocodrilos asomaban sus largas cabezas y los árboles parecían moverse. Era un grito triunfal, una clave sonora respetada por los grande paquidermos, los altivos flamencos y los escurridizos moluscos. Entonces Jane levantaba la cabes, resplandeciente y morena, tocada por el grito como por una incitación largamente esperada. Y Jane corría, Jane corría por los senderos del bosque, se abría paso entre las ramas de grandes y carnosas hojas, Jane atravesaba los húmedos corredores de la selva guiada, conducida por el grito, protegida por el grito, alentada por el grito. Los pájaros volaban detrás de ella, los leones se ocultaban, las serpiente escondían las cabezas, grandes hipopótamos cedían paso.No sólo el cenicero se estrelló contra el suelo: un cuadro de la habitación se estremeció, pareció golpear la pared y luego de cimbrar un momento el aire (denso de humo y de alcohol) quedó torcido, anhelante, con un ángulo en falsa escuadra. Era la copia a todo color de un viejo fotograma de la selva, de la prefabricada jungla de Toluca Lake, con sus montañas de cartón, sus baobabs de papel pintado y sus piscinas convertidas en lagos llenos de pirañas. Fuera del apartamento, los automóviles que cruzaban la avenida se detuvieron un instante, alarmados por el grito, y luego, veloces, siguieron el camino. Los elefantes sacudían sus grandes orejas como lentos abanicos, los monos cruzaban la selva por el aire, saltando de rama en rama y los pájaros, como látigos, golpeaban las hojas de los altas bananeros. En el fotograma, además, había una muchacha vestida con piel de tigre que yacía en el suelo, encadenada, los túrgidos senos asomando entre las manchas opalinas del tigre, los muslos muy blancos (muslos de alguien que toma poco sol) descubiertos por las cuidadosas rasgaduras de la falda, los labios anchos y rojizos entreabiertos en lo que podía ser un gesto de provocativo dolor o una sensual imploración, Johnny estaba unos pasos más atrás, el ancho y musculoso torso denudo, la nariz recta, los huesos bien formados con pequeña y sugestivas sombras alrededor de las tetillas y de la cintura; un poco más arriba del ombligo se iniciaba una línea, un cauce torneado que el taparrabos triangular (largo entre las piernas, pero angosto en los costados, como para que asomaran las formidables líneas de los muslos) ocultaba, pero cuya trayectoria -como un río afluente- era posible adivinar.El cuadro lo había pintado una admiradora suya, hacía muchos años, a partir de una escena de Tarzán y las amazonas, protagonizada por él y por Brenda Joyce; por lo que Johnny recordaba de la película, en ella había una cantidad extraordinaria de muchachas, portadoras de flechas, todas ataviadas con piel de tigre (él se había enfadado mucho cuando supo que las manchas de la tela eran fruto de una buena operación de la tintorería del estudio: los tigres escaseaban, por lo menos en Hollywood, y además, había empezado a surgir una cantidad increíble de sociedades protectoras de algo, de perros, de tigres y hasta de ballenas, lo cual volvía el arte cinematográfico muy difícil) y con sandalias de liana. En la película, él volvía a lanzar su largo, agudo y penetrante grito, un grito de selva y de montaña, de agua, madera y viento; un grito que ululaba como las sirenas de los paquebotes del Mississippi, que batía alas como los pájaros azules de Nork-Fold, que atraía a las salamandras de los pantanos de West-Palm (al oeste de Colorado River hay un sitio que amo) y alentaba el vuelo de las ánades de Wisconsin. Johnny gritó; gritó en la ladera del sofá forrado de piel de bisonte, y la cabeza del ciervo, en la pared, no se estremeció; volvió a gritar pensando en Maureen O'Sullivan y el grito retumbó en la habitación como una pesada piedra cayendo sobre los atolones de Leyte: la isla madrepórica reprodujo el grito en los vasos de whisky con huellas de labios y de cigarros, en las conchas del Caribe conservadas como trofeo y en cuyas cavidades todavía las notas bronca del mar fosforescente se juntaron con los agudos de su grito; Johnny gritó sobre los largos pelos de las mantas africanas que cubrían de animales aterciopelados el lecho conyugal vacío en el apartamento de California, gritó sobre las reliquias de marfil y las hojas de tabaco, un grito largo y desesperado, desencajado, el grito de un humilde recepcionista del Caesar's Palace de las Vegas, su último empleo, y por un momento pensó que Jane acudiría, que Jane cruzaría las abigarradas calles centrales, que se abriría paso entre los resplandecientes semáforos y las carrocerías brillantes de los autos, que Jane, vestida con un abrigo de leopardo, atravesaría la avenida centellante de neón, saltaría por encima del río de cacahuetes y bolsitas de maíz, que correría entre los anuncios de porno-films y de cigarrillos Buen Salvaje Americano hasta el humilde apartamento donde Edgar Burroughs acababa de beber un whisky, antes de llamar por teléfono al Hogar de Retiro de Actores, en Woodland Hills, porque un anciano llamado Johnny Weissmuller no dejaba dormir a los vecinos con sus gritos.



Si desea una información básica sobre la autora, consulte:

http://es.wikipedia.org/wiki/Cristina_Peri_Rossi

Un texto para la formación de nuevos narradores orales. Y para las personas interesadas en el tema.

Escena de una casa en Chacao, Caracas, en los años 1950
Foto de Carlos Herrera. Tomada del Facebook de Yolanda Pantin

Un cuento, el cuento
A Ayax Barnes (in memoria) y a Beatriz Doumerc:
con su libro La Línea (y con sus líneas) me posibilitaron la realidad de este texto.

Si encuentro la palabra Cuento - no abandonada, pero sola por ahí - me pregunto:

¿Cuento? : ¿Yo cuento?
¿Cuento? : ¿Yo enumero?
¿Cuento? : ¿Yo calculo?
¿Cuento? : ¿Yo narro un suceso?
¿Cuento? : Yo enumero sucesos.
¿Cuento? : Yo calculo mis palabras para narrar un suceso.
¿Cuento? : Yo cuento un cuento.
El cuento: palabras que enumeran sucesos.
Yo cuento: las palabras que nos dicen de las cosas que le pasaron a alguien, en un lugar y en un tiempo.

Las palabras prohíben, censuran, corrigen, enseñan y divierten.

Un hombre con las palabras se enreda, se aísla de los otros hombres, vacila, duda, retrocede, quizás no llegue a ninguna parte y las abandona.
Un hombre con las palabras se comunica, se apoya con los otros hombres, afirma, experimenta, avanza, quizás llegue a muchas partes y las alimenta.
Un hombre con las palabras hace poemas y cuentos.

Un hombre con los cuentos detiene, separa, divide, engaña, prohíbe, ataca, destruye y cuenta contra el hombre.
Un hombre con los cuentos mata o deja morir.
Un hombre con los cuentos avanza, une, multiplica, es veraz, admite, comparte, construye y cuenta con y para el hombre.
Un hombre con los cuentos vive y deja vivir.
Un hombre con un cuento narra para imaginar: crea la maravilla de nuevos mundos reales, sin evadir las realidades.

Traza una campana que resuena en todos, con todos, para todos.
Abre las puertas y las ventanas que liberan los pájaros enjaulados en nuestros cuerpos.
Le pone tortugas a nuestros pasos para que los guepardos, que agitan nuestras faenas diarias, también descansen.
Une sus manos con los otros hombres, para defendernos y renovar nuestros corazones abiertos.
Un hombre con un cuento narra para encontrar más cuentos.

Porque después de todo -así lo reciba como la pluma de un ángel o, simplemente, lo intente hacer por sí: para sorprender o sorprenderse, para confiar en los otros, para compartir con los demás o para amar y ser amado- ¡cada hombre creará, siempre, su cuento o su poema! ¿O no?

Texto de Armando Quintero tomado de ¿Quieres contar cuentos?
http://www.analitica.com/media/3183637.pdf

Cuentos para narrar: ¡Botellas a la mar! (primera parte)

Botella, con un mensaje dentro, reposa a la orilla del mar
Imagen tomada de http://www.conplumaypapel.com/

Viaje de ida

El Tío llegó como siempre llegaba a visitarlos: sin avisar.
Pero esta vez traía una novedad.
– Vine a buscarte para que nos acompañés. Y, de paso, conocés el mar.

– ¿Madrugaste? –preguntó el Tío.
– No, ni pude dormir –respondió el Sobrino –. Me tuvieron dando vueltas las pulgas de la emoción, como dice el Abuelo.
En sus ocho años, nunca había podido viajar hasta el mar.
Vivían a las orillas de un río, que no es lo mismo. Sólo lo había visto en las ilustraciones de los libros, en las películas de la matinée y hasta en “las imaginaciones” de su Abuelo, las veces que le preguntó.

El viaje fue largo. Hasta Minas, no tanto. Pero feo y monótono el camino entre las sierras. Ése, el que termina en Pan de Azúcar.
Auque la camioneta aguantaba y la Tía cantaba viejas canciones y el Tío narraba cuentos e historias de otros tiempos.
Aprendió de lo lejano de un sitio cuando existen las ansias de conocerlo.
Llegaron en la noche y el cansancio lo había dormido.

La mañana estaba linda, bien soleada. Y sonora, por el estrellarse de las olas en la playa y el ensordecedor graznido de las gaviotas.
El Tío amaba el mar. No era pescador, ni le gustaba bañarse en sus playas. Le gustaba el mar por el olor, por el salado que dejaba en la piel, por lo fino de sus arenas y para ver nacer y morir las olas, en un callado y gozoso silencio.
– ¡Mirá! –le dijo. Las franjas de allá, son corrientes marinas.

Por la playa venían caminando un hombre con una niña.
Ella era bonita. De ojos grandes, intensos. Tenía los cabellos rojizos, con dos trencitas largas a cada lado. Y pecas en el rostro. Vestía una solera azul.
El hombre era ciego y la muchachita, su lazarillo.
– ¿Qué hace, él? –le preguntó a la niña, al acercarse.
La muchachita había ayudado a que el hombre se sentara en una piedra de la playa y, luego, se alejó a recoger conchillas y caracolitos en la orilla.
– Mi padre es músico y escucha los muchos sonidos del mar.
– ¡Cuidado! –grito Él, alejándola.
Un cangrejo estaba a punto de picarla en un pie.
– ¿Puedo ser tu amiga? –preguntó la niña.
– Ya lo somos, ¿o no? –le respondió Él.

– Alguien te busca –le dijo el Tío.
Era la muchachita de la solera azul.
Desde ese día, todas las mañanas lo despertaba temprano para recoger caracolitos por las blancas arenas de la playa.
El padre ciego los esperaba sentado en la piedra. Mientras recogían “sus tesoros” o jugaban, el hombre siempre escuchaba la orquesta del mar.

– Mi Tío dice que las corrientes marinas pueden hacer que una botella, lanzada desde aquí, llegue hasta las islas de donde vinieron nuestros abuelos –comentó el niño.
– Busquemos varias botellas. Escribimos nuestros mensajes, los guardamos en ellas, las tapamos muy bien y las lanzamos hasta la corriente. Como dicen que hacen los náufragos –le propuso la muchachita.

– ¡Botella al mar! –gritaban, mientras las iban arrojando.
Las botellas flotaban alejándose, llevadas por la corriente marina.
Las miradas de ambos se fueron tras ellas, cargadas del recuerdo de los mensajes escritos. Y de la maravillosa posibilidad de llegar a lejanas playas.
Ellos las veían surgir y esconderse con el vaivén de las olas.
– ¿La vida se moverá como ellas? –preguntó la muchachita.

– Es posible –respondió Él.

Pasado varios meses, su Tío le trajo un caracol grande y sonoro.
– Es de allá – le dijo – de aquella playa donde pasamos contigo los tres últimos veranos. Y, se lo regaló como un recuerdo.
Se lo puso al oído. Quería escuchar si, al menos – detrás del sonido del mar en él contenido – estaba guardada un poquito de la voz de aquella niña.

Tomado de la novela Cuando tu mundo era tan pequeño que aún cabía en una tacita de plata de Armando Quintero Laplume a publicarse por Ediciones Vaca Azul (E. V. A.).

La amistad no se mide en tiempos ni en espacios

Ciudad Botella es una ciudad llena de mensajes…
Imagen tomada de http://ilustracionesbeatrizt.blogspot.com/
– ¡Botella al mar! – gritaban a la orilla de la mar una niña y un niño, mientras las iban arrojando, cargadas de los mensajes que les habían colocado dentro. Varias de ellas lograban flotar hacia la corriente marina que se veía desde esa playa de Uruguay. Muchos años después, casi cuarenta, desde la costa de Gran Canarias, otras botellas son arrojadas hacia un viaje de retorno.
Narrar esta vivencia, no es sólo un homenaje a lo vivido, también y principalmente, es un sutil reconocimiento a la amistad que siempre nos une con lazos invisibles e invencibles a otros seres. Y que, todos lo sabemos, no se mide en tiempos, ni en espacios.

Temas de Narración Oral: La educación en la narración oral

Como un quijotesco Caballero Andante, emprendamos una consciente revitalización
de las palabras que se dicen desde el corazón al oído y retornan del oído al corazón, siempre vivas.
Ilustración tomada de bibliopoemes.blogspot.com (1), gracias a Linsabel Noguera.

Lectura múltiple, lectura activa, la de quien escucha narrar un cuento. Le interesa lo que ha podido escuchar pero, quizás mucho más, lo que ha querido escuchar: todo lo que le evoca, le sugiere, le exenta, le implica, de manera clara o vaga. Y está seguro que el narrador, al mirarle, ha descubierto cuál es su verdadera relación con el cuento. Y que le comprende y le acompaña. Por ello, de alguna manera, es su cómplice.
Los cuentos, sobre todo los mejor logrados para la oralidad, son formas sencillas que reposan en estructuras narrativas unidimensionales. Un cuento va en un sentido: rara vez se subdivide en varios relatos. No es que sea monosémico y que sólo sea posible la interpretación “lineal”. Todo cuento propone interpretaciones globales. Eso lo saben a total conciencia o no – el cuentista que lo ha creado, el narrador oral que lo recrea y el público que coparticipa en el acto artístico. Como saben que el cuento cuenta. Y cuenta.
Con los cuentos se poetiza y se juega. Se crean y recrean a partir de una intuición concreta. Las acciones del cuento se vuelven posibles con, por y entre los otros. Por ello el narrador poetiza, crea y cree con el público: elige las palabras, teje el cuento, arma trampas, vigila para hacerlo caer sorprendido. Y el público poetiza, crea y cree con el narrador.
Por ello, el narrador juega con el público: sabe que el público le sigue pero, también, se le escapa y quiere escuchar rápidamente: sabe que el público será coautor de la historia que narra, la interpretará a su manera. Y el público juega con él. Y lo saben ambos.
Como saben que, tanto él como narrador oral como su público como escucha, son seres que tienen tiempo y aprenden a usarlo. Incluso gozando de la calidad del silencio que les rodea. Gozando de esa invisible y silente campana que generan, en el acto de ser narradores-escuchas y escuchas-narradores, con todo su hacer, con todo su ser. Gozando de ese silencio al que provocan, porque es un silencio poblado de imaginación, un silencio colectivo, un silencio compartido, donde las palabras, como las del poeta, lo rompen para recrearlo. Gozando porque el trabajo creativo de un cuento, implica un “esquema dinámico de sentido” con una doble función fecundante: la de narradores y la de escuchas, interrelacionadas permanentemente en un acto de amor: una comunicación abierta y solidaria, donde ambos comparten la confianza. ¿Pretendemos algo más para una pedagogía verdaderamente activa?
Pero con un detalle importante: nuestra misión principal es divertir, sólo eso.
Fue a partir de una conferencia que dictó Rubén Yánez, el director de la agrupación teatral uruguaya “El Galpón” –allá por mediados de los años ochenta, en la ciudad de Valencia (Venezuela)- que aprendí a utilizar la etimología de la palabra divertir en mis talleres de narración oral. Hacía muchos años que la conocía e, intelectualmente, la utilicé mucho en mis clases de literatura. Recuerdo que la apliqué por primera vez en una clase magistral, que expuse ante un tribunal de Práctica Docente en mis estudios como Profesor en Literatura, y era sobre el soneto “Los bufones” de Rubén Darío. Pero volvamos a la conferencia de Yánez. El tema central que se estaba exponiendo en ella, era sobre la importancia del humor en el teatro. En medio de varios aspectos muy importantes que se venían desarrollando, de pronto, se nos preguntó a los asistentes sobre qué era divertirse, cuándo era que uno se divertía, cómo era que se sentía quien estaba divertido. Desde la extrañeza inicial surgieron múltiples respuestas, válidas todas, ninguna descartable, más bien, sorprendentes. Al comenzar a crearse el silencio inmediato a tanta descarga, el expositor preguntó sí alguno conocía el significado inicial de la palabra, de dónde venía, su etimología. De inmediato aseveró que, en el antiguo latín, la palabra “divertir” era una palabra compuesta, formada por los vocablos “di”, dos, y por “vertir”, verter: volcar un líquido de un recipiente a otro. “Dos veces volcar” sería su significado inmediato. Señaló, además, que es eso lo que se pone
de manifiesto cuando uno se divierte: uno recibe algo de alguien o algo, y lo vuelca de nuevo hacia los otros, o lo otro. Es decir, “saca hacia fuera lo que tiene dentro” Y agregó que, si ese era el verdadero significado de la palabra, se podía, concluir, con mucho humor: “Por supuesto, nadie nos va a mostrarnos lo peor de él, nos va a sacar siempre lo mejor”.
Es obvio, pero no por obvio, innecesario, señalar que, con esa intención nos disponemos siempre a asumir cada uno de los pasos, cada uno de los ejercicios, cada uno de los momentos que nos correspondan en las actividades de todos nuestros talleres de Narración Oral. La tarea es común, participativa, incluyente y nunca -en lo posible e imposible- excluyente: aprender jugando, divirtiéndonos de lo mejor, en lo mejor.

Texto de Armando Quintero tomado de ¿Quieres contar cuentos?
http://www.analitica.com/media/3183637.pdf
(1) Por si desea visitar el blog arriba citado, pulse aquí:

Cuentos para narrar: ¡Botellas a la mar! (segunda parte)

Botella con un mensaje encontrada en una playa.
Imagen tomada del blog nochesdeazahar.blospot.com

A Hebe Rosell, en la infancia y el reencuentro.

Viaje de regreso

Pasaron mucho más de treinta y cinco años.
La vida giró como el trompo que es, según nos dice el poeta. Y, con todos sus colores. Tristes a veces, alegres muchas, melancólicos otras.

Él saboreó la vida, entre poemas y cuentos.
Los que leía. Los que escuchaba. Los que escribía. Los que decía. Y, los que narraba a viva voz y con el cuerpo.
Muchas cosas se desdibujaron con el pasar del tiempo. Otras, no tanto.
Desde el último verano que fue, nunca más regresó a la playa de su niñez.
Nunca supo qué fue de la muchachita de solera azul, ojos grandes, cabellos rojizos, con trencitas largas a sus lados y pecas en el rostro.
Los Tíos ya no están.
El caracol grande y sonoro, tampoco.
Un día sus cuentos lo llevaron a lugares que siempre quiso conocer.
Aunque no a ése, donde las corrientes marinas pueden hacer que una botella lanzada en ellas suba de sur a norte. O baje, en sentido inverso.
Un día – ¡al fin! – llegó hasta las islas de donde salieron sus abuelos.

– Tengo la impresión que te conozco –dijo la mujer.
– Yo también, pero no sé de dónde –respondió el hombre.
– Más aún, estoy segura que te conozco –agregó ella.
Cierto era que ellos habían sido presentados en la inauguración del Festival de Narradores Orales al que habían sido invitados.
– ¿Será que en otra vida…? –dijo ella, con una sonrisa.

Él narró toda su vida en cuentos.
El público quedó satisfecho. El hombre, también.
– ¡Bueno tu trabajo! –le dijo ella. Me gustaron tus alegrías y dolores dichos con tanta ternura. Estoy más segura: te oí y sé que te conozco.
“También yo” –pensó él, pero no se lo dijo.
Ella también narró sus historias. Y parte de su vida en cuentos.
El público se paró a aplaudirla. El hombre, también.
– Me gustó mucho como narras. Sobre todo, el cuento de esa niña que camina por la playa con su padre ciego. Sé que no es tuyo, pero le diste vida.
– Es que yo era esa niña –le dijo ella.

Desde esa noche, durante todas las mañanas que estuvieron en la isla, se despertaban muy temprano.
Caminaban, conversaban o se detenían para ver nacer y morir las olas, en un callado y gozoso silencio… Y, por supuesto, recogían conchillas o caracoles por las arenas de la playa.
Nunca se voltearon para comprobarlo: estaban seguros que el padre ciego los esperaba, sentado en alguna piedra, escuchando la orquesta del mar.

– Averigüé que la corriente marina que se ve allí, por este lado de la costa – le comentó ella una mañana – puede hacer que una botella, lanzada desde acá, llegue hasta la playa de nuestra infancia.
Buscaron muchas botellas. Escribieron sus mensajes, los guardaron en ellas, las taparon muy bien y las lanzaron hasta la corriente.
– ¡Como dicen que hacen los náufragos! –dijeron ambos.
Y, como en el tango, la historia volvió a repetirse. A contracorriente.
– ¡Botellas a la mar! –gritaron ambos, mientras las iban arrojando.
Luego se tomaron de las manos y se miraron a los ojos.
Allí, en algún lugar de sus miradas, encontraron las botellas que fueron arrojadas y que flotaron muchos años atrás, llevadas por la corriente marina.
Y, también, supieron que la amistad aún estaba ahí.

Una mariposa despistada se paseaba por la playa.
En sus vuelos se posó en uno de los hombros de ella y se quedó quieta.
Un golpe de la brisa la hizo volar hacia el mar.
Las botellas flotaban a lo lejos, allá casi donde el cielo y el mar se juntan.
Las miradas de ambos se fueron tras ellas, cargadas de recuerdos. Con sus tristezas y con sus alegrías, por supuesto.
Ellos las veían surgir y esconderse con el vaivén de las olas.
“La vida se mueve como ellas” –pensaron ambos.
Pero nunca lo dijeron.

Texto tomado de la novela Cuando tu mundo era tan pequeño que aún cabía en una tacita de plata de Armando Quintero Laplume a publicarse por Ediciones Vaca Azul (E. V. A.).

Temas de Narración Oral: La narración oral como manifestación artística

Linsabel Noguera narra en Un rincón para bebés en el Banco del Libro.
Imágen tomada de http://la-rana-encantada.blogspot.com/


Deberíamos pensar que volver, en cualquier arte, pudiera a veces ser más sabio que continuar. Hoy se vuelve – por diversas causas y con diferentes logros- al valor de la palabra que se dice por los caminos más directos: el de los contadores de cuento. Se vuelve a creer en la palabra viva, se revalora la narración oral como un acto de imaginación, de audacia, de lealtad, de justicia, de pureza, de libertad, de dignificación, de solidaridad, de amistad y de amor- a través, dicho sea de paso y sin faltar, de los planteamientos teóricos-prácticos de diversos narradores orales presentes en festivales y muestras internacionales de artes escénicas. Volvemos a sentir que el soplo de la voz es creador. Que nuestros gestos y movimientos le acompañan. Que nuestro ser y hacer son uno. Que nuestras acciones de luz, de sueños, de verdades nos permiten ser hermanos: ser prójimo. Deberíamos preservar al dinamismo de este hoy: él nos permite reconocernos en los demás: luchar por la vida. Porque, además, narrar es un acto de goce.
Uno puede comenzar a narrar por casualidad. En realidad – pensémoslo bien- uno siempre lo hace así: uno comparte, aunque más no sea por una necesidad inmediata de comunicación, una vivencia. Después puede caer en el entusiasmo de seguir narrando por gusto y luego en el otro entusiasmo: de que nada le gusta a uno más en el mundo que narrar. A partir de aquí, lo que ocurre simplemente es que va aumentando el sentido de la responsabilidad. Uno va asumiendo a conciencia el oficio. Uno va teniendo la impresión de que cada matiz de la voz, cada gesto, cada movimiento tiene una resonancia mayor: cada palabra que se dice, afecta más a la gente, es más con los otros. A partir de aquí uno sabe que, el acto alborozado, casi irresponsable del principio, con el tiempo se vuelve también un sufrimiento: ser cada vez más con los otros, debe ser siempre posible, y no siempre es así. Lo importante, lo que realmente nos permitirá ser y hacer, estaría en asumir nuestro sufrimiento actual con el alborozo del principio: asociar nuestra euforia al esfuerzo. Aquí está la escuela del carácter que significa el acto de narrar tanto en lo estético como en lo ético.
Como los toreros – observaciones que compartimos con el universal colombiano Jairo Aníbal Niño, en 1990 en México- midamos nuestras fuerzas, aprendamos los movimientos calculados, las tensiones variables, la flexibilidad, la destreza y el riesgo, la endurecida paciencia y la fe. Porque todo lo difícil – aún la difícil sencillez- es cuestión de método. Fue entre otros Azorín – como nos lo recordaba Domingo Bordoli quien, con gran maestría, sostuvo estas indicaciones. Y todo método exige solamente una cosa: tiempo.
Sería trivial afirmar que el método – muy a nuestro pesar- engendra poder, ese poder confianza y esa confianza, por supuesto, alegría. Con lo cual retornamos a nuestra frase: narrar es un acto de goce. Por ello, hay que administrarse muy bien a sí mismo. Administrarse, en lo posible, haciendo que suene en cada uno de nosotros la canción:...
”después me dijo un arriero
que no hay que llegar primero
pero hay que saber llegar”...
Eso sí, que suene, que resuene, en la voz, el acento y la emoción de Pedro Vargas.
Fue Gabriel García Márquez quien dijo que Pablo Neruda era una especie de Rey Midas: todo lo que tocaba lo convertía en poesía. Tomemos nota de ello y traduzcámoslo al revitalizado oficio. Recordemos que, como creadores, debemos abstraer de nuestra experiencia personal, no de elementos públicos, universales, sino de elementos privados, particulares, abundantes en matices y relieves. Narramos con los otros, pero desde nosotros hacia los otros. Si narramos de verdad, narramos nuestra verdad, inventamos. Mejor dicho, “ficcionamos”: narrando una acción que nunca ocurrió, o moldeando lo que sí ocurrió, apuntamos más a la belleza que a una supuesta verdad cotidiana. Contamos lo que los otros aún no han visto, lo que los otros sueñan, lo que los otros temen o aguardan, lo que los otros quieren escuchar. No la verdad, sino nuestra verdad. Procediendo de esta forma, despertamos, hacemos visible aquello que siempre ha vivido en todos nosotros – en mí como narrador y en los que coparticipan conmigo en el acto de narrar aunque, las más de las veces, en estado letárgico o modo desconocido. Revelamos nuestra verdad, que se vuelve Verdad entre todos.
Atentos a lo anterior: narremos de tal modo que todo lo que toquemos se convierta en cuento. Y, como un camino, aprendamos a visitar los cuentos: acudir a ellos con todos los sentidos, con todos los sentimientos, con todos los conceptos. Abiertos; dispuestos a ser para, desde y con ellos.
Como quien entra a la casa de un amigo, a la casa de la persona a la cual admira, a un templo. Queriéndolo sin decirlo, abrazándolo sin tocarlo. Celebrando con él la voz humana. Porque, como asevera Eduardo Galeano: “...todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada”[1] ¡Y los cuentos nos dicen, los autores de los mismos- conocidos o no- nos dicen, nosotros decimos y quienes coparticipan con nosotros, en el acto artístico de la palabra que se dice, también!

Texto de Armando Quintero tomado de ¿Quieres contar cuentos?
http://www.analitica.com/media/3183637.pdf