Clarissa, la vaca azul

Clarissa, la vaca azul
paseando por el campo

sábado, 20 de junio de 2020

Una amistad que comenzaba





El cielo estaba despejado y el sol comenzaba a dar un calorcito.
Era buena hora para el paseo mañanero.
Cruzaron la calle  hacia el parque de enfrente.
Un muchacho venía con un enorme perro negro que les ladró amenazante.
El perro jalaba la correa con tal fuerza que, en cualquier momento,  el muchacho no podría sostenerlo.
Se pegaron a la pared y avanzaron, rápido, hacia la entrada del parque.
En el primer asiento estaba una niña, mirándolos.
–¡Qué bonito! –les dijo.
El abuelo sólo le sonrió.
El  perrito se le acercó olfateando sus zapatos y moviendo su cola.
–¿Lo puedo acariciar? –preguntó la muchachita.
–Por supuesto –respondió el abuelo.
–¿No muerde?
–Está acostumbrado a estar con niños. Es de mis nietos.
Luego de varios minutos, la niña dejó de acariciarlo y el perrito se montó en el asiento, se pegó a su cuerpo y levantó con su hocico la mano de ella.
La niña y el abuelo se sonrieron, en tanto el perrito se volteaba para que retornaran a las caricias que le habían brindado.
–Es muy cariñoso y disfruta de los mimos creo que le voy a cambiar su nombre por el de Regalado.
–¿Cómo se llama? –preguntó la niña.
–Yo lo llamo Mi sombra blanca.
–Cierto, es blanco. Se parece al peluche de mi hermano. Pero, ¿por qué sombra?
–Permiso –dijo el abuelo, mientras se sentaba, dejando al perrito entre ambos– La historia es un poco larga. ¿Puedes escucharla? ¿Estás sola?
–No, vine con mi madre y mi hermano. Mi mamá está en un curso y mi hermano es de los boy scouts. Mi padre viene a buscarnos al salir del trabajo.
–A él, aunque no lo creas, lo abandonaron –comenzó a contar el abuelo–. Lo encontraron deambulando por la Alta Florida y se lo pasaron a una persona que se encarga de atender aquellos perros y gatos callejeros y, sobre todo, de entregarlos a quienes saben que van a cuidarlos con mucho esmero. Nos avisó un vecino y mi hija mayor y mi esposa, al verlo, quedaron como tú, encantadas. Te aseguro que el amor fue mutuo porque, a diferencia de lo que pensamos sobre cómo se adaptaría a nosotros demostró, desde la primera noche, como que siempre hubiera estado viviendo en nuestro hogar.
Cuatro palomas sobrevolaron sobre ellos y descendieron a picotear semillas que se habían desprendido del árbol que cobijaba aquel espacio.
Una de las palomas se aventuró hasta acercarse a los zapatos de la niña.
El perrito observaba expectante y le ladró fuerte, provocando que ella se alejara.
–¡Benji!... ¡Calma, muchacho! –dijo el abuelo– ¡Deja los celos! Ella vino por una semilla, no por unas caricias.
El perrito se bajó y orinó en la pata del asiento. Cerca de los zapatos de la niña.
–¿Ven qué? –preguntó la niña.
–Con la be alta. B-e-n-j-i –deletreó el anciano. Es el nombre de un perrito de la calle de una serie que pasaban por la televisión hace años. También hicieron una película. Seguro que tus padres aún la recuerdan y permitirán que la veas. La encuentras por la computadora. Verás que ese perrito se parece mucho a él.
–Es posible –comentó la niña– ellos ya son viejos. Van a cumplir treinta y ocho.
 –“Si ellos son viejos con esa edad –pensó el abuelo– ¿Cuánto lo seré para ella que ya cumplo el doble?”. Pero, no le dijo nada y sólo continuó con su historia:
–La persona que nos lo entregó nos dijo que aún no tenía nombre y de acuerdo a lo que te he contado ese iba a ser el elegido. Pero  faltaba un detalle: el perro no era nuestro sino de los nietos, su nombre tenían que elegirlo ellos. Un vecino le tomó varias fotos y hasta un video que, junto a un enlace a fragmentos de la película, les enviamos por internet. La respuesta fue más rápida de lo esperado, se vinieron a verlo, a conocerlo en persona. ¡Toda una fiesta familiar!
–¿Así que su nombre es Benji, no el otro? –preguntó, casi aseverando, la niña.
–De verdad, verdad, no es tan así. Es más complicado que eso. Él tiene muchos nombres, desde Benji José, Enano, Napoleón, Tigre, La Fiera y hasta Fújur. He pensado que algo se le tenía que pegar de sus andanzas por las calles: muchos nombres y alias como si fuera un malandro bien conocido. Te los detallo poco a poco. Algunos, son hasta muy divertidos.
El abuelo se calló por unos segundos. El perrito estaba dormido. De soslayo, miró a la niña. Aunque recordaba que le había dicho que la historia era larga, temía aburrirla. Y esa no era la idea. Pero ella estaba atenta y le sonrió. Así que él prosiguió con su cuento.
–Hay un vecino y amigo que vive en nuestro edificio que siempre nos toma fotos. Tiene la costumbre de inventarte un segundo nombre agregado al que ya tienes. Es él quien lo llama Benji José. Nunca me he atrevido a preguntarle –tampoco se lo preguntaré- si eso es  una costumbre familiar, una tradición de su pequeño pueblo andino o sólo un simple detalle personal para halagar y darte un  cierto aire aristocrático. Como si él tratara con un noble del Imperio Austrohúngaro.
–Como si dijéramos Francisco José I, el esposo de Sissi, la última emperatriz de Europa, cuya vida fue muy triste y su muerte tan dolorosa – comentó la niña.
–¡Vaya, muchachita! –exclamó el abuelo- ¿Y, tú, como estas enterada de tanto?
–Al principio, por mi abuelo que me habló mucho de ella por las historias que le contaba su abuela. Luego por un libro que leí aquí, en la Biblioteca del Parque.
Con la exclamación del abuelo, Benji se despertó. De inmediato, reclamó nuevas caricias. Y, estaban en eso, cuando el muchacho del perro negro pasó de regreso y volvió a ladrarles amenazante. Esta vez la cadena la sostenía una persona mayor y los tres se alejaron de inmediato. Pero, el perrito quedó inquieto, como dispuesto a pelear.
–¡Tiene su carácter! –dijo la muchachita.
–¡Si lo tendrá! –comentó el abuelo.
Un golpe de la brisa desprendió varias hojas del árbol.
Una de ellas cayó sobre la cabeza del pequeño animal, lo distrajo y lo tranquilizó.
–Eres muy valiente –le dijo la niña a Benji–. Ese perro negro es enorme para ti.
–No sé si valiente o demasiado arriesgado –comentó el abuelo–. Esa es una característica común en estos perritos. Mi esposa dice que él tiene su “complejo de enano”. De ahí vienen dos de sus otros nombres: Enano y Napoleón. Que entre el primero y el segundo, como me dijo una señora hace unos días, al menos el segundo “es mucho más distinguido y tiene Historia”.
–Y ese nombre te quedaría maravilloso, ¿verdad, muchacho? –dijo la niña, tocando con su dedo índice el hocico del peluchito que, de inmediato, se acostó y  puso sus cuatro patas hacia arriba, seguro de que ella le rascaría su barriga.
–Por esa permanente actitud retadora que él tiene ante los perros más grandes –siguió narrando el abuelo–, una vecina lo llama Tigre y un vecino, que es dueño de un lobo siberiano, tan blanco como él, siempre que nos vemos en alguna de las colas del mercado o de la panadería, me pregunta por La Fiera. Al hablar de tener historia me acordé que, hace unos días  estábamos sentados en este mismo lugar con mis nietos. Mi sombra blanca disfrutaba el aire de la brisa, muy cómodo, en posición de efigie, cuando un golpe de viento le levantó las orejas y mi nieto gritó: “Mira, abuelo, ¿lo ves?, ¡es igualito al dragón blanco de la Historia sin fin!”…
–Es un dragón diferente, se llama Fújur y es oriundo de Fantasía –interrumpió la niña– Cuando lo dijiste, supuse que era por Benji. Tiene un cierto parecido a él.
–¿Así que viste la película?- preguntó el abuelo.
–No sólo. También me leí el libro. Bueno, a decir verdad, fue mi abuelo quien me lo comenzó a leer. Hasta que un día me dijo que él tenía un compromiso y no me podía seguir leyendo pero, si quería, el libro había quedado abierto en la página hasta donde lo había leído. Así lo seguí leyendo yo sola. Me agradó más que la película. ¡Volé! Y vuelo, al releer algunas de sus partes.
–Este personaje no tiene el tamaño de Fújur, ni es una miniatura de él –dijo el abuelo, acariciando la barriga de Benji–. No te impresiona por la belleza de su canto sino, por la fuerza de sus ladridos chillones. Y, menos, por sus vuelos. Aunque, al pensarlo, los tiene, Pero, eso sí, te lo aseguro, en nuestra casa, nos hace volar a todos.
–¿Cómo es eso?
–En las mañanas o a la mitad de la tarde, próximo a las horas de sus comidas, si Mamama –como llaman mis nietos a su abuela– se aproxima a la nevera o a la cocina, levanta su cabeza y mueve su cola más que un ventilador. Y se le pega a las piernas hasta que ella vuela y le sirve su comida. Lo mismo es cuando, luego de desayunar o comer su almuerzo-cena, me hace volar para traerlo al parque o para sacarlo a pasear por las calles, para sus necesidades. Pero, para ser justo, no olvido los otros vuelos, los que son diferentes. Los que nos hace hacer cuando se acerca por caricias o cuando, en su paseo, se detiene a tomar un descanso. Uno lo ve disfrutar largo tiempo de las primeras, tanto como cuando se sienta como una efigie, levanta su cabeza y otea a la distancia. Y, uno vuela con él. Y vibra de sólo pensar que qué será lo que pasa por su pequeña cabeza.
Hubo un largo silencio entre la niña y el anciano que, para nada, lo quebraron los bullicios del parque. De pronto, ella lo miró seria  y, sin más, le dijo:
–Me ha interesado todo lo que me has contado. Me ha gustado mucho. Pero, ¿cuándo me vas a decir el por qué le llamas Mi sombra blanca.
–Tranquila, muchachita. Justo hemos llegado al propio punto, al fin. Pero vamos a jugar un poco para que disfrutes y entiendas mejor lo que quiero explicarte ¿Te animas a hacer lo que te pida y responder a lo que te pregunte?
–Por supuesto. Además, si “hemos llegado al punto” –dijo la niña parodiando las palabras y gestos del abuelo– no voy a decir que no, “justo” en este momento.
–¡Eres muy buena imitadora! –comentó el abuelo, con una grata sonrisa.
–Me salió sin querer, disculpe. Usted, ni se molestó. No es como mi maestra.
–¿Comenzamos? Acércate al muro, él está muy bien iluminado por la luz del sol.
El abuelo se refería al alto muro que divide las áreas del parque con los edificios vecinos, en ese largo pasadizo entre las dos entradas, frente a donde estaban sentados.
            De inmediato, le pidió que cerrara sus ojos y se diera vuelta hacia el muro. Luego de unos segundos, al abrirlos y ver su sombra, la tomara como una compañera de juego. E  intentara acercarse, alejarse, caminar hacia un lado, hacia el otro. Siempre moviéndose en diferentes direcciones y ritmos, también, en diferentes niveles.  Como si danzara con ella.
El abuelo disfrutó mucho al ver cómo la niña gozaba de cada movimiento. Y, hasta Benji, sentado en el asiento, movía su cola, ladraba y daba pequeños brincos.
Luego de unos diez a quince minutos,  el abuelo le dijo a la niña que se acercara a descansar. Apenas se sentó, Benji se pegó a ella. Se daba vueltas y se restregaba a su cuerpo, como si se limpiara. La niña comenzó a acariciarlo y él se fue tranquilizando.
–No necesito preguntarte si lo disfrutaste, era notorio. Observé que no separabas tu vista de tu sombra. ¿Qué cosas te llamaron la atención?
Fue como si le hubieran dado cuerda.
Al principio se atropellaba con sus palabras al recordar cómo, siendo pequeña, jugaba en la playa con su hermano a pisar sus sombras en la arena; cómo en preescolar las maestras les hacían juegos similares y hasta cómo inventaban sombras de colores e historias para un teatro de sombra; luego, se fue serenando y dio respuestas más concretas de como seguía o era seguida por su sombra que no se despegaba de ella, hasta que dijo:
–Hay un momento que estás tan unida a ella que no sabes si es ella la que no te suelta o eres tú quien no la vas a soltar nunca.
–Ese es el punto al que quería que llegáramos –le respondió el abuelo–. Benji es como mi sombra: Si estoy sentado en el sofá o en la reposera, leyendo un libro, él está ahí, pegado a mis pies; si me pongo a escribir en la computadora, igual; si me acuesto en el sofá grande para echarme un sueñito, se acuesta debajo o a mi lado, en su almohadón, que siempre está ahí; si tengo que buscar alguna anotación o un libro en cualquiera de las bibliotecas de las otras habitaciones...
–Se entiende clarito: él te sigue pegado como una sombra –dijo la niña–. Y, como la quieres diferenciar de la sombra que es sombra, lo llamas Mi sombra blanca.
Una sonrisa cómplice entre la niña y el abuelo cerraba lo entendido cuando se oyó:
–Profesor, espero que ella no lo haya molestado mucho. A veces se pone fastidiosa.
            Era la voz de la madre que llegaba acompañada con el hermano.
            –Para nada. Los tres hemos disfrutado un momento muy agradable –respondió de inmediato el abuelo–. Como si fuéramos amigos desde hace muchos años. Esperamos repetirlo el próximo sábado.
            –Una compañera del Taller, que nos conoce, me puso algo nerviosa porque me comentó que mi hija estaba conversando con un señor mayor, de cabellos blancos, que estaba con un perrito. Por suerte, la señora que abre y cierra el salón y atiende las necesidades del docente y los asistentes, los había visto y me tranquilizó. Me dijo que usted era Profesor. ¡Muchas personas de la zona lo conocen y estiman! Y, conocen a Benji.
Tres golpes de corneta fueron aviso de algo ya acordado.
–¡Llegó papá! –dijeron a una, la niña y su hermano.
La llegada del padre agilizó la despedida.
El abuelo y Benji acompañaron a la nueva amiga y sus familiares hasta la puerta de la entrada principal del  parque, la de la pequeña redoma. Esperaron que bajaran las escaleras y se montaran a la camioneta del padre. Antes de subir, la niña grito:
–¡Benji! ¡Abuelo!: ¡Nos vemos el sábado!
En cuanto arrancaron, el abuelo, que ya había levantado en brazos a Benji, lo acomodó y lo sostuvo bien firme. Mientras, con una de sus manos, movía una de las patitas delanteras de Benji, figurando que saludaba.
La niña y su hermano sonrieron. El abuelo, también.
***
            El lunes, en Cadena Nacional, se informó del cierre de todos los espacios públicos.
            Así han pasado los días, las semanas, los meses…
Cada vez que el abuelo cruza la calle  y ve al pesado candado del portón de hierro y alambres en el cerrado parque de enfrente –con Benji o sin él– recuerda la abierta sonrisa de la niña saludando desde la ventanilla de la camioneta del padre que se aleja... ¡Un enorme signo de interrogación lo humedece por dentro!

Foto y pincelado: Freddy Lacruz Moreno / Cuento: Armando Quintero Laplume