Como si fuera la letra de un tango,
con su filosofía de lo cotidiano, algo
nos dice que, cuando el tiempo pasa, muchas veces, los seres y las cosas se
desdibujan, los hechos se distorsionan. Sin embargo, el recuerdo nos permite
pasar todo de nuevo por el corazón.
Así se me aparece, con una
constancia casi infinita, la imagen del poeta español León Felipe visitando a
mi pueblo, diciendo sus poemas en una nochecita de verano y luna llena.
Recuerdo a un viejo hombre vestido todo de blanco, con
barbas y cabellos blancos, sombrero blanco y un elegante bastón negro.
¿Hablaba de la España dolorida, de su exilio y el de miles
de españoles dispersos por el mundo? Sólo sé que decía. Y decía como un
patriarca hebreo.
Comparación que no es para nada extraña. En estos días, conversando
con Bolívar Viana, un hermano del corazón, él me recordó que Tomás Cacheiro
siempre comentaba:
―León
Felipe parecía incapaz de matar una mosca pero, cuando se ponía a recitar sus
poemas, se convertía en un verdadero león.
El poeta, además, amaba tanto su poesía que, cualquiera al
oírlo quedaría convencido de que, en cualquier instante, se convertiría en
palabras para volar con el viento.
Es esa imagen de patriarca, con su
sonoridad, la que se grabó por siempre en todo mi ser. Aunque, en aquel
momento, la mirada que la registraba tendría unos cuatro años.
Muchos años después, en una nochecita
de verano de vinos y conversas, a las orillas del río Olimar –también con luna
llena– Tomás Cacheiro nos contaría que, en ese recital realizado ante el
público del Ateneo de Treinta y Tres, en Uruguay, el poeta, con todo el dolor
de su ser errante, entró diciendo:
“Yo no tengo sillas
yo no tengo sillas
yo no tengo sillas donde sentarme”
El Tata Zabalegui, empeñoso compañero,
casi “analfaorejas” (Cacheiro dixit), que estaba en los primeros puestos de un
auditorio repleto, se levantó con la silla en la que había estado sentado
tomada firmemente entre sus manos de mecánico y se acercó, diciéndole:
—Sírvase Don León.
Aquí tiene una.
León Felipe que, más que a la voz, escuchó a los latidos de
ese corazón que no entendiendo lo que él estaba recitando, sin embargo, le
demostraba estar casi loco de la posibilidad de ser solidario. Lleno de
asombro, pero con la alegría, la ternura y la fuerza de la que era capaz, Don
León le respondió:
—No me refiero a esa clase de
sillas, compañero.
Y continuó con su recital poético.
El silencio creció.
Se hizo redondo y orondo.
Como la luna llena que iluminaba al pueblo.
Y a esa tardecita redonda y oronda de poesía.
Han pasado más de sesenta y cinco años, sin embargo, el
recuerdo de la voz del poeta que pasó por nuestro pueblo aún se escucha en el
corazón de muchos de nosotros.
Texto: Armando Quintero. Trabajo final realizado para la clase de Crónica del Prof. Roberto Echeto, del Diplomado de Narrativa Contemporánea 2015. Corregida por el docente. Imagen: foto de León Felipe tomada de GOOGLE.
2 comentarios:
Hermosa crónica, Armando. Gracias por compartirla. En aquella época de la Guerra y la Postguerra la América Latina vio llegar a algunos de aquellos poetas españoles en el exilio. Momentos así quedan para siempre en la memoria. Un abrazo
Muchas gracias, Beatriz. E influyeron en nuestra cultura como Margarita Xirgú, José Bergamín. Son tantos y tantos.
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