Ilustración de Quino, tomado de la nota Enseñanzas
¿De qué le sirve a un niño saber que Colón descubrió América el 12 de octubre de 1492? ¿O cuándo fue la batalla de Las Piedras? ¿O que la capital de Francia se llama París?
Para saber lo que entienden los niños de esas y otras cosas que el modelo se empeña en embutirles en la cabeza, basta leer las recopilaciones del maestro José M. Firpo. “La mosca es un incesto”, y la escuela deja secuelas.
Leer esas recopilaciones puede causar mucha gracia: al fin y al cabo no deja de ser gracioso eso de que “un burro es un caballo ignorante”. Pero, la verdad, eso es lo que queda en la mente infantil de las enseñanzas programadas del modelo educativo adulto.
Ahora, cuando recopilaciones parecidas se han hecho con los “estudiantes” que han llegado al bachillerato, la cosa ya no resulta tan graciosa. Más bien, dan ganas de llorar. Ahí sí que podemos decir: “¡Esto es cultura, animal!”
Quien ha leído las historietas de Mafalda, sobre todo las referidas a la escuela, puede sacar también algunas conclusiones. Yo supongo que el dibujante Quino debe haber pasado por esa peripecia de manera bastante similar a la mía, y así como yo me identifico con Felipe creo que él también se ha retratado en ese personaje. Mafalda -protestona pero lo suficientemente madura como para cuestionar a los adultos- es, sin embargo, con respecto a la escuela, la más seria, responsable y estudiosa. A ella, el modelo no la va a echar a perder, porque tiene muy bien afilado el estilete de la crítica. Ve de lo que se trata y lo acepta, pero su madurez mental la coloca por encima de la chatura reinante. Felipe es un carácter típicamente sentimental, Mafalda es una pasional. Lo único que sabe Felipe -aparte de odiar a la escuela- es perder el tiempo, soñar, perderse en sus pensamientos y leer historietas. Mafalda, en cambio, ya tiene claro que tiene una meta en la vida, y toma de su entorno todo aquello que necesita para llegar a esa meta. Esa es la característica principal de los caracteres apasionados. Saben quienes son, donde están parados y hacia donde van.
A ellos se agregan Susanita, Manolito, Miguelito y Libertad (la más chiquitita). Ese grupo de niños, tan diferenciados, reciben, sin embargo, una enseñanza programada como si fuera una receta válida para todos ellos. A su vez, nunca vi, en una de esas tiras, que en el aula los niños estuvieran haciendo algo propio de la infancia, como jugar, cantar, dibujar, etcétera. El único que hace eso, llenando de garabatos y monigotes las paredes de la casa, es el Guille, hermanito de Mafalda. El Guille todavía no ha sido “adulterado”, y por lo que se vislumbra -teniendo, además, el ejemplo de Mafalda tan cerca- creo que no lo van a poder “adulterar”. Ese va a ser de los que patean el tablero, el pupitre y al profesor.
Otro dibujante-humorista, Fontanarrosa, declaró una vez que él había vivido 54 años y nunca había tenido la necesidad de resolver un quebrado. Debía de preguntarse, entonces, para qué tantos quebraderos de cabeza (y tiempo y energías gastados) en aprender a resolverlos. Que los resolvieran los chicos matemáticos, que es a quienes les corresponden tratar esos asuntos. Plantear esto, ¿es algo muy descabellado? ¿O es tener en cuenta la naturaleza, el carácter y la tendencia de cada niño?
He hablado con algunos maestros ya jubilados, algunos de los cuales fueron alumnos míos en el Instituto Normal. Los que eran vocacionales parecen haberse dado cuenta del problema, y se sienten, en mayor o menor medida, frustrados. Hicieron lo que pudieron pero son conscientes de que no alcanzó. Hace poco hablé con una maestra recién iniciada, que me transmitió algo así como un no saber qué hacer. Le hablé extensamente del asunto de la expresión plástica infantil y de sus valores educativos. Me escuchó atentamente, como quien oye hablar por primera vez de ese asunto. Y me dijo que de eso no les enseñaron absolutamente nada. O sea, en la formación de los maestros, hemos retrocedido, porque en el tiempo que yo fui profesor, al menos existía una materia llamada “Expresión plástica infantil”. En aquella época no se le daba la relevancia que tiene, ahora simplemente no existe. Los maestros ya no van a la guerra con un tenedor, van con un escarbadiente.
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