Clarissa, la vaca azul

Clarissa, la vaca azul
paseando por el campo

viernes, 25 de abril de 2014

... Y, como no hay dos sin tres: aquí va la tercer respuesta



Desde su concepción, ¿de qué se trata la narración oral?

            De un oficio, uno de los primeros oficios del hombre, quizás, el oficio más antiguo del mundo, que se he transformado en una profesión artística. Es un oficio que deviene de la conversación cotidiana, del acto comunicacional de compartir vivencias, anécdotas, experiencias, sucesos o historias reales o maravillosas, matizadas de imaginación por obra y gracia del narrador oficiante. El cual puede interactuar, a conciencia, con uno o más individuos, tanto como puede hacerlo con un pequeño grupo o uno muy numeroso de personas, en diferentes espacios y en diversas situaciones.
            Creo que a esta pregunta ya la he respondido muy en mi texto publicado en Analítica (http://www.analitica.com/media/3183637.pdf) Cito, de las págs. 3 a la 4:

            Contamos si hemos vivido. O si reconocemos en nosotros mismos, y con seguridad, qué hubiéramos hecho y cómo nos sentiríamos si nos hubiera tocado vivir esa misma situación. No podemos mentirla, es nuestra, nos pertenece.
            Contamos si sabemos muy bien la historia que queremos compartir, no desde la memoria mecánica, fría, repetidora, sino desde el corazón. Reviviéndola. “El narrador oral no es un repetidor, es un creador”, alguien dijo por ahí.
            Contamos si conocemos al personaje: cómo es, en todos los aspectos y en todas sus dimensiones físicas, sociales, culturales... Desde adentro, como si fuéramos él. No haciendo como si fuéramos él. Siendo él. Sintiéndolo.
            Contamos si nos ubicamos en el espacio y en el tiempo de ese personaje: dónde, cómo, para qué se mueve en cada momento que lo hace. Viéndolo.
            Contamos si sabemos improvisar y recrear permanentemente lo narrado. Si sabemos que, como nos asegura alguien que conoce mucho sobre las artes escénicas: “Se improvisa sobre lo que se sabe, no sobre lo que se olvida o desconoce”. Si reconocemos que somos improvisadores, no improvisados.
            Contamos si reconocemos que lo hacemos con el público, desde nuestra humildad, desde nuestra honestidad, desde nuestra verdad y desde nuestra seguridad en nosotros mismo, porque ningún cuento es inocente y, por ello, no podemos contar cualquier historia.
            Contamos al divertirnos, si sacamos hacia fuera lo que tenemos dentro. Sin la intención de moralizar o educar como principio, sino con la seguridad de narrar como para abrirle puertas y ventanas a la imaginación, los sentimientos, los sentidos, el corazón de los otros. Desnudando ante ellos nuestro propio corazón.
            Contamos s asumimos a conciencia un oficio que, como tal tiene su teoría, su práctica y su propia historia. Si lo reconocemos como un arte de todos los tiempos, igual y diferente en otros espacios y en otros tiempos y con todas sus similitudes y sus propias diferencias con otras manifestaciones de la escena.

Texto: Armando Quintero, a partir de una pregunta de David Venegas Quintero / Foto: 8ºfestival de Ibagué    

Otra pregunta que me hicieron


Desde su perspectiva, ¿cómo se diferencian cuento y leyenda?

            La actriz y narradora oral argentina Ana Padovani nos aproxima a la respuesta en su libro Contar cuentos pues nos da unos elementos precisos para diferenciar cuentos y leyenda. Citaremos sus palabras para ambos términos y,  al comentarlas, estableceremos las diferencias.
                        Entre las numerosas definiciones de “cuento” tomaremos una que           corresponde ampliamente a la noción utilizable para la narración oral. Pertenece a un gran estudioso e investigador del tema, Enrique Anderson Imbert:

                                   El cuento es una ficción en prosa, breve, pero con un desarrollo tan formal                  que, desde el principio, consiste en satisfacer de alguna manera un urgente sentido de finalidad (Anderson Imbert, 1979, pág.52)

                        Así, vemos que deberá tener la dosis suficiente de intriga y seducción como       para no poder suspender su lectura y, en este caso, su escucha. (Padovani, 2002, pág. 32)

            Unas pocas páginas antes, al referirse a la leyenda, Padovani apunta:

                        Se trata de hechos fantásticos pero desarrollados a partir de un momento,          lugar o circunstancias determinados. Están ligadas al tema de las creencias. Así como los cuentos tienen una función fundamentalmente lúdica, las leyendas tienen  por finalidad dar una explicación o un esclarecimiento. Parten de hechos puntuales en el tiempo y en el espacio a los que se les da una dimensión irreal o fantástica. (Padovani, 2002, pág. 27)

            En la respuesta a la pregunta anterior, si leemos con cierta atención, ya están señaladas algunas diferencias. Pero precisemos detalles sobre ellas.
            La leyenda está basada en situaciones ubicadas en un tiempo y un lugar determinado, narra situaciones con una relativa o acertada precisión histórica que, aunque nos lleven a darles una dimensión irreal o fantástica, no desconocen esas raíces. El cuento no necesariamente parte de hechos puntuales en el tiempo y en el espacio, ni nos lleva a una dimensión irreal o fantástica. Y cuando lo hace es con la seguridad de convencernos de ello, de convencernos de su veracidad, de hacer creíble hasta lo imaginado: que las alfombras vuelen, las lámparas tengan genios encerrados y las cuevas abran sus puertas a los mandatos de una voz que pronuncia palabras claves, tanto como que existan dragones, brujas, duendes y hasta pequeños unicornios azules con alas que quepan en la mano de cualquier ser humano que los atrapa, sobre su cabeza, en su vuelo y por mera casualidad.

            Las funciones de ambos son diferentes. El cuento, además de lúdico, divierte y seduce. Su función primordial no es moralizar o educar. La leyenda, no. Precisemos sobre ello. En la actualidad, ¿a quién le atrae un cuento cuya razón de existencia es para dar valores morales o educativos explícitos? Todos sabemos, en mayor o menor grado, que ningún cuento es inocente, que dentro de él hay valores, enseñanzas, pero todos exigimos que nunca se le note las costuras, que tenga un vestido o un traje muy atractivo y, sobre todo, de calidad narrativa.

Texto: Armando Quintero, a partir de una pregunta de David Venegas Quintero / Foto: GOOGLE     

martes, 22 de abril de 2014

Una pregunta que me hicieron



  ¿Qué son cuentos y leyendas?

            Me crea cierto escozor la pregunta formulada así porque hay una reducción a dos términos que no deja de preocuparme. Cuentos y leyendas sólo son parte de un enorme conglomerado de términos que nombran a todos aquellos textos, orales o escritos, que nos narran, a viva voz y con todo el cuerpo, o nos escriben todos aquellos que nos divierten o educan y moralizan en el entorno de cada comunidad o sociedad, es decir, los actuales narradores orales o cuenta cuentos, los narradores orales comunitarios y ancestrales o los simples escritores. Y las reducciones pueden ser perversas porque nos pueden llevar a una dualidad en la que no creo: el cuento como una elaboración más sofisticada, “culta”, “intelectual” e individual e identificada con nombre y apellido y la leyenda como una recuperación de lo “popular”, “lo anónimo”, lo no elaborado o “identificado”.
            Hecha esta la aclaratoria, respondamos a “¿qué son cuentos y leyendas?”:
            Son textos narrativos que, desde tiempos inmemoriales, le han permitido a cualquier ser humano, independiente de cual sea su entorno geográfico y su diversidad cultural, entretener, orientar y revitalizar los valores de su comunidad y, al compartirlos con otros, de generación en generación, divertir y divertirse, tanto como capacitarlo para explicarse y explicar aquellos hechos que desconoce y que le asombran, como todas aquellas situaciones que le inquietan o abruman.
            Cuento es una palabra que lleva en sí un doble significado. En el antiguo latín, como en uno de sus derivados actuales, el castellano, contar, computare, es tanto enumerar como narrar. Y ello es correcto porque contar es un cómputo de hechos tanto como la cuenta es el cuento de los números. Algo más o menos así siempre nos señalaba Jesualdo en sus clases de Magisterio y en su libro La literatura infantil (1963). Cuando narramos un cuento siempre enumeramos una serie de sucesos, de acontecimientos. Y no distinguimos, para nada, si estos hechos son completamente ideales o quiméricos, inventados por la fantasía de una comunidad, de un pueblo o de un autor individual y concreto. Si son una vivencia, anécdotas, sucesos, relatos, fábulas o historias religiosas o profanas, cuentos de hadas, cuentos picarescos, de amor o de terror. En todos ellos, a alguien le pasa algo con alguien o por algo, o por alguien o algo que, por alguna razón sucedió, en el transcurso de cierto tiempo y en un lugar precisado. Y eso que pasa tiene sus consecuencias para llegar hasta un final. Es decir, en toda vivencia, suceso, relato  hay acciones que se inician, desarrollan y culminan. Son cosas que pasan, y es eso lo que nos interesa y nos mantiene vivo en el cuento. Carlos Pacheco y Luis Barrera Linares, en el libro Del cuento y sus alrededores (1997), compilaron una amplia serie de definiciones de varios autores, tanto de especialistas y críticos literarios como de muy importantes escritores. Convendría revisarlo con atención. Hay precisiones significativas para “una teoría del cuento”.
            La leyenda que, no sé por qué siempre la he sentido muy vinculada al mito y como un derivado menos ancestral y modernizado del mismo, está vinculada a las respuestas que el hombre se ha dado ante lo inexplicable de su existencia, de los fenómenos de la naturaleza, de los cambios constantes en el cielo y en el mar, de las emigraciones permanentes de los pueblos y de los animales, de la vida de los diversos seres y de las cosas como, también, de los diferentes sentimientos y sensaciones que experimentaron o experimentan, incluso, de todos aquellos misterios que lo rodean y lo aprisionan. Traducen una totalidad de experiencias, de conocimientos, de saberes, que unos hombres han intentado transmitir a sus contemporáneos y a las generaciones posteriores como consejos prácticos para lograr una mejor relación, un mayor equilibrio, consigo mismo, con los otros seres, con su entorno, con su comunidad y con todo aquello que suceda. Es una manera de lograr una posible felicidad con y entre los otros seres. Una manera de tolerar y sobrevivir a su propia existencia. Son relatos que, más que entretener, educan.   

Texto: Armando Quintero, a partir de una pregunta de David Venegas Quintero / Foto: Rodolfo Rodríguez