Clarissa, la vaca azul

Clarissa, la vaca azul
paseando por el campo

viernes, 8 de agosto de 2014

ROJO Y AZUL o AZUL Y ROJO de Mireya Tabuas / O cómo enfrentar la polarización desde “la mirada infantil”


              “Rojo y Azul, es y será un clásico. Ahora es mi libro joya”, aseveró hace un par de días Rosario Anzola, en un facebook que le enviara a su autora.
            Creo que su afirmación, al menos en lo personal, va más allá de un mero  desborde emotivo de una amiga escritora a otra.
            Y que, ese comentario, no es para nada irracional porque este libro tiene los ingredientes necesarios para lograr un lugar importante en la literatura infantil  de nuestro país, donde se está gestando una corriente muy interesante.        
            Sorprende y emociona porque todo en él o, al menos, casi todo, como sucede con las buenas obras de arte, toca al corazón de cualquiera.
            Sin necesidad de hacer una encuesta, es evidente que sorprenderá tanto a los niños, como a los jóvenes y, sin duda, a los adultos: está bien escrito, bien ilustrado, bien diagramado y bien editado, con mínimos e intencionados recursos.
            Pongamos nuestra mirada en algunos detalles que sustentan lo aseverado.
            Primero, ¿cómo se llama el libro? ¿Rojo y Azul? ¿Azul y Rojo? Sobre el cuadrado del formato de su tapa azul, en letras blancas, aparece escrito ROJO, en tanto que, en su contratapa roja, aparece escrito AZUL, también en letras blancas. En letras azules, en la portadilla, los créditos de los autores, se titula Rojo y Azul, mientras, en contraparte, en los créditos de la edición, se titula Azul y Rojo, en letras rojas. El color de las guardas también está diferenciado. No son las únicas sutilezas de diagramación y diseño que se encuentran en esa intencionalidad trabajada a diez manos y cinco cabezas: las del autor, las del ilustrador, las del diagramador, las del impresor y las del editor. Pero, sin dudas, ello nos confirma que se ha pensado no sólo en lo racional, sino en lo sensorial y lo sentimental. Con unos claros criterios sobre qué se ha querido dejar asentado en el mensaje de esa nada ingenua “mirada infantil” que se revela en esta joya de libro. Se han seguido “los latidos del corazón”, como nos recomendaba mi abuelita vasca, pues Mireya Tabuas ha escuchado el latido del corazón de su personaje narrador. Un personaje que intenta unir los corazones de los otros con quienes convive.
            Segundo, ¿quién es el personaje principal? ¿Un niño? ¿Una niña? ¿Un adolescente? ¿Una adolescente? La escritora confesó hace cierto tiempo, en una entrevista que le realizaran, que ella escribe así, como una niña. Y, nos lo dijo ayer, en el conversatorio que se realizara en la librería Lugar Común: “Como una adolescente, escribo como tal”. Pero, al preguntarle si el personaje relator era una niña o un niño, nos aseveró que nunca lo tuvo claro. La única cita sobre el sexo del personaje está en un detalle: la mirada puesta en el color “del vestido de la niña más bonita en la fiesta de la escuela”.  Pero, ¿ese detalle sirve para que podamos identificarlo como niño o como niña? Pude comprobar que no: más de una lectora habla de una niña que ve con admiración ese vestido, más de un lector, ve un niño que admira a esa muchachita que luce ese vestido.  Y, ello, mejora la identificación. Porque este menos, esta carencia, se nos torna aparente para más,  beneficia la relación con el lector que se identificará con mucha libertad con el personaje.
            Tercero, ¿cuál es la situación planteada? Desde la mirada infantil del personaje principal, se nos narra como su padre y su madre sostienen constantes disputas por el color que uno u otra prefieren. Y esas constantes disputas los hacen llegar al extremo de obligarlo a elegir su color favorito entre una y otra de las alternativas con las que convive. Pero, ese enfrentamiento cotidiano de sus progenitores, le han permitido observar a los dos mundos que lo rodean. Con asombro, descubre que tanto en su familia, como entre sus amigos, sus vecinos y otras personas hay diferentes criterios, diferentes gustos y diversos pensamientos. Por ello, encontrará una nueva alternativa: la propia, la personal.
            En definitiva, ¿qué nos regala Mireya Tabuas con su obra? ¿Una manzana roja, aromática, fresquita para que caigamos en la tentación de comerla y, sobre todo, digerirla muy bien? ¿O un cielo azul más grande que nuestro planeta, que lo envuelve y abraza para que aprendamos a unirnos y abrazarnos?
            Creo, y sin parodias, que “ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario” porque nos regala la posibilidad maravillosa de entendernos como seres humanos en convivencia. Aceptándonos y aceptando la diversidad para ser mejores en lo personal, lo familiar, lo profesional y lo social.
            En síntesis, Mireya Tabuas, sin dudarlo, nos abre una puerta y una ventana ante la violenta polaridad de criterios y de acciones para regalarnos una manzana y un cielo. Nada más, pero nada menos.

Enlaces que pueden consultarse:

Sobre el libro:




Sobre la autora:


martes, 5 de agosto de 2014

Una nota sobre el Programa Pequeños Entreversos: Burrito de color canela


Imagínense que empiecen a llevar poetas noveles o consagrados.Por supuesto, Pequeños entreversos tiene defectos. Pequeños entreversos contiene los clásicos de siempre del patio de colegio: los angelitos negros que claman ser pintados de Andrés Eloy Blanco, la plegaria para aligerar la mano de la maestra en el castigo de Gabriela Mistral, y así.De todos modos, las posibilidades de Pequeños entreversos son casi ilimitadas, con todo y su patente escasez de recursos materiales.
Con un lunar junto al ojo izquierdo, ella desprendía una belleza de otra época, como Pepita, la esposa de Lorenzo, el de los suplementos dominicales de comiquitas. Al parecer, conducía el programa con un brazo en cabestrillo muy coquetamente disimulado, lo que centuplicó mi ternura. La acompañaba un niño. Ambos invitaban a otros pequeños a hacer poesía y salían cosas como: “Tengo un relojito con un ritmo extraño/ que se para el día de mi cumpleaños/ y las dos agujas se paran juntas/ para que mi fiesta no se acabe nunca”. O también: “Una estrellita bajó del cielo a jugar/ y se quedó atrapada entre las olas del mar”.
Ya he visto otros programas destinados a incentivar la literatura entre los más pequeños, como La librería mediática (VTV), pero para mí fue una completa sorpresa encontrarme el pasado jueves a las 10:00 am, haciendo zapping, con Pequeños entreversos, parte de la programación de producción nacional de Canal i. La conductora de rulos como los de Pepita se llama Mariana Francisco, y el niño acompañante, Daniel Marsiccobetre.
Que nadie piense que escuchará a Ramos Sucre y Rafael Cadenas o versos sin el brassier de la rima y la métrica (antes que nada, este que escribe debe agachar la cabeza y admitir que no es lector de poesía). Pequeños entreversos contiene los clásicos de siempre del patio de colegio: los angelitos negros que claman ser pintados de Andrés Eloy Blanco, la plegaria para aligerar la mano de la maestra en el castigo de Gabriela Mistral, y así.
De todos modos, las posibilidades de Pequeños entreversos son casi ilimitadas, con todo y su patente escasez de recursos materiales. En las dos emisiones que presencié, los invitados fueron los cuentacuentos Armando Quintero (el maestro de losCuentos de la Vaca Azul) y Tiago de Jesús, sobresalientes, y un par de docentes. Imagínense que empiecen a llevar poetas noveles o consagrados.
Por supuesto, Pequeños entreversos tiene defectos. Comienza con una sección de versos anónimos llamada “Abrapalabra” más bien floja. “La familia es importante/ es un núcleo que nos educa y nos nutre/ para crecer y siempre salir adelante”, recitaban en uno de los programas. En el siguiente: “La escuela son los maestros / los alumnos y estudiantes / que quieren ser mejores personas / trabajar y echar para’lante”. O sea.
En otra sección, tres niños (Daniel y dos invitados) hacen un dibujo a partir de un poema que les declama un adulto. La recreación de “La oración del sábado (mi padre)” de Andrés Eloy Blanco fue estremecedora por sus elementos fúnebres. Aunque creo que hay maneras técnicas de mostrar mejor los trazos de los niños en la pantalla. También puede afinarse el segmento de minibiografías de poetas, escueto y pobre, con nombres de obras en minúsculas, por ejemplo.
Una de las cosas que constaté en Pequeños entreversos es algo que ya me han dicho varias de mis amigas y jóvenes madres: que a los chamos de ahora les gusta ir al colegio. “Adiós verano, pala y arena / Ya voy de nuevo hacia la escuela / Allá se ríe, allí se juega, allí se vive / ¡Viva la escuela!”, recitó uno de los niños, Luis Agras, creo que de su propia autoría. En mi época, al igual que Felipe el de Mafalda, yo soñaba que mi escuela fuera demolida por error.
Reconozco que no sabía nada de la trujillana Fanny Uzcátegui y esto lo descubrí en Pequeños entreversos: “El manso burrito de color canela/ con largas orejas y blanca pechera/ quiere ir a la escuela porque espera ser/ el primer burrito que aprende a leer”. 

Texto: Alexis Correia En Twitter: @alexiscorreia Nota publicada el domingo 3 de agosto en El Nacional Guía TV pág. 11.  Ilustración: archivos de GOOGLE
El programa Pequeños Entreversos se transmite todos los martes y jueves de 3 a 4 pm por el Canal I.