Luna desde el pueblo, foto tomada del facebook de Andrés Tuerca, uruguayo.
Al iniciar estas
reflexiones, no podemos dejar de lado que Aquiles Nazoa era un valioso lector, lúcido
y atento, de literatura. Y de la buena. Es suficiente que pongamos nuestros
ojos en cada una de las referencias de su “Rezo el Credo” para demostrarlo. Y,
en sus permanentes y numerosas citas literarias de sus diferentes,
multifacéticos y prolíferos textos de poesía, teatro o prosa.
Como
también, por supuesto, era un atento lector de su vida y de su época, tanto
como de su sociedad y de su cultura. Basta que leamos cada uno de los cuentos,
vivencias o crónicas poéticas reunidos en su maravillosa “Vida privada de las
muñecas de trapo”. Para no escudriñar en otros textos.
En
ese libro hay muchas demostraciones de lo que señalamos. Tantas que nos
llevaría a aseverar, sin equivocarnos, que aún los investigadores, críticos,
docentes y conocedores de la Literatura Venezolana no han valorado su obra en
las justas dimensiones de su lenguaje y significación. Y, en la mayoría de los
casos, se han quedado en una lectura superficial de sus poemas humorísticos y
su supuesta superficialidad o en su fuerte adherencia a los intensos
movimientos ideológicos del entorno latinoamericano en el que vivió.
Apostamos
y aportamos por una actualización de sus textos de una manera activa. Apostamos
y aportamos por una revisión atenta de una obra que está ahí, aún a nuestro
alcance, y que no debería quedar en letra muerta. O, peor, olvidada.
No
conocí la Caracas de los años 20 donde transcurrió su infancia. Menos conocí El
Guarataro de esos años y posteriores. Lo vine a conocer años después. Ni la
Quebrada de Catuche de sus años de niñez y juventud.
Pero
conocí y conozco toda esa Caracas perdida y no olvidada que aun subyace en lo
dicho o sugerido en textos como “El niño
que yo era”, “Comprando frutas”, “Pasa mi padre”, “La mamá de Mateo Manaure
habla el lenguaje de los pájaros” y en “Mi madre en un pueblito de recuerdos”.
Para citar, al azar, algunos de los que integran el libro “Vida privada de las
muñecas de trapo”.
Y,
donde des profeso, he dejado sin nombrar unas joyas de la literatura tan
maravillosas como “Historia de un caballo que era bien bonito”, “Mi papá me
cuenta un cuento de animales” o “La niña, el pozo, el gato, el cojín bailador y
las siete piedritas”.
Literariamente,
una pequeña joya también lo es esta crónica poética que estamos comentando. En
ella, lo temporal, lo local y lo universal se sincretizan en una hermosa y muy
colorida amalgama de efectos. Con hermosas sinestesias, imágenes y metáforas
inolvidables para cualquier lector atento.
Y
tan universales como su contenido.
No
es porque sí que se cita al domingo, a la tarde y la melancolía. No es porque
sí que se mencionan al jardín, al ovillo, a la lámpara y a la cruz de palma
bendita. Y, menos lo es, por ese maravilloso juego con el trinomio
madre-niño-recuerdos durante todo el texto que me llevan a tener muy presente al
papel número 23 de “Los papeles de
Miguela”, esa pequeña y sutil obra del escritor colombiano Jairo Aníbal Niño,
el denominado “Maternidad”:
“Después de nueve meses de gestación, el bebé
da a luz a una mamá.”
Y
a recordar cuentos como “Viaje a la semilla” de Alejo Carpentier, el
tradicional cubano “Marcolina” o “La nona Insulina” de la argentina Ema Wolf
donde, en diferentes tonalidades, existe también un retorno a los inicio de la
vida.
Con
la crónica poética de Aquiles Nazoa, “Mi madre en un pueblito de recuerdos”,
estamos sin ninguna duda ante un texto que, como ya se lo había escuchado
muchas veces a Jairo Aníbal Niño, aunque de un modo tangencial, ahora lo vemos muy bien aseverado en el texto
por Fanuel Hanán Díaz:
“Simplemente existe la literatura.”
Hace
unos años tuve la dicha de compartir esta crónica poética con varios niños y
adolescentes. Lectores, por supuesto. Y atentos. Muy atentos.
Y
el placer de lograr muy buenas reflexiones y textos de ellos. Su relectura me
lleva a revitalizar la experiencia. Y, con otros textos del libro.
Pero
tenemos una meta a lograr y tres preguntas a responder:
¿El
héroe?
¿El
viaje?
¿La
sombra?
Veamos,
para cerrar nuestro trabajo emprendido, nuestras tres breves respuestas por partes.
Dado
el enunciado del título tendríamos una heroína, la Madre. Pero, no.
Desde
el comienzo se nos está señalando, maravillosamente bien, que no es así. Leamos
con atención todo el significado de la frase inicial.
“Mi madre vive en un pueblito de recuerdos;
yo algunos domingos me subo en el elefante del Libro Mantilla para ir a
visitarla.”
Es
decir que quién está vinculado a la acción dramática no es ella, sino el niño
Aquiles. Viendo, viviendo y compartiendo con ella. Y, desde esa perspectiva,
sin lugar a dudas, tendremos que hacer la lectura de todo el texto. Ella solo
es mentor en ese proceso. Y la frase de cierre de la crónica nos lo confirma.
“Yo lo sé, yo lo sé, porque mis ojos, yo lo
sé, no han conocido estrellas más suntuosas, ni mañanas más claras, ni flores
más augustas ni en fin nubes, como las que aprendí desde tu cuerpo a mirar a
través de tu mirada.”
Claro
que para llegar hasta allí se ha realizado todo un viaje. Con idas y retornos.
Con el recuerdo de varias situaciones agradables, sencillas, inquietantes y
hasta tormentosas. Donde tanto la vista, como el oído, el olfato, el gusto, el
tacto y los movimientos son despertados por los recuerdos y las vivencias.
Y,
además, a partir de un viaje “en un tranvía bajo la lluvia” se realiza el
maravilloso viaje hacia los inicios a su propia vida. Un viaje hasta el momento
en que aún no ha nacido Aquiles Nazoa, hasta el momento de su propia gestación
en el acto de amor de sus padres.
Pero
¿y la sombra? ¿Dónde está la sombra?
Una
crónica poética, tan cargada de sugerencias, de brumas veladas por la hermosa
presencia del recuerdo, empañada por los olvidos, por todos los espacios y
objetos que se han perdido en una Caracas rememorada pero ya inexistente están
presente en el texto. Poéticamente gritada, esa Caracas ya no está.
Pero
está aún, también, visible en una madre que se va perdiendo en el tiempo de sus
recuerdos. Que pierde, poco a poco, la actualidad de su presente en la bruma de
sus memorias de un tiempo ya perdido.
Me
quedo con lo poéticamente sugerido.
No
quise, ni quisiera, averiguar si existió una desmemoria senil en Micaela González, la madre de Aquiles
Nazoa.
Sería tan horroroso.
No por el hecho en sí.
Aclaro.
Sería tan horroroso como lo dicho
por un “crítico literario” español de los años sesenta que sostuvo que Federico
García Lorca había mentido pues él, el “crítico”, logró confirmar que el torero
Ignacio Sánchez Mejía no murió a las cinco de la tarde, sino a las cuatro y
cuarenta y cinco de la tarde.
¿Y
se imagina usted recitando la famosa elegía de Federico García Lorca, “Llanto
por Ignacio Sánchez Mejía” - luego de todas las múltiples reiteraciones de “a
las cuatro y cuarenta y cinco”
- diciendo al final?:
“¡Eran
las cuatro y cuarenta y cinco en
todos los relojes!
¡Eran las cuatro y cuarenta y cinco
en sombra de la tarde!”
Aberrante, es poco.
Se rompe, entre otras cosas, con ese
espacio innombrable de toda poesía.
Texto: Armando Quintero / Foto: Andrés Tuerca
Para leer "Mi madre en un pueblito de recuerdos" pulse en el siguiente enlace:
http://frases-poemas.blogspot.com/2010/05/mi-madre-en-un-pueblito-de-recuerdos.html
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