Un maravilloso oficio que
se ha hecho
toda una profesión a compartir con todos
toda una profesión a compartir con todos
Sabemos
que la narración oral es el oficio más viejo de la tierra y que, a partir de
los años 80, se ha convertido en una profesión para el mejor vivir.
Sabemos,
desde siempre, que es comunicación transformada en arte.
Sabemos
que, por provenir de la necesidad de dialogar, de conversar, de compartir
experiencias, conserva los recursos expresivos que manejamos en la comunicación
cotidiana.
Sabemos
que, a esos recursos, los maneja de modo más expresivos, más definidos y
propicios, por la conciencia de su uso que determinan al oficio.
Sabemos
que no es una tarea nada fácil la de tocar la interioridad de cada uno con el
lenguaje común. Y, los niños son duros jueces de ello.
Saber
que es nuestra actitud ante la vida la que ha de ser un ejercicio y un ejemplo
de sencillez. Que es ese ejercicio y ese ejemplo lo que nos enseña.
Que es
el asombro al descubrir la palabra simple, que es el temor al no encontrar la
palabra propia, o la propia palabra, lo que debe acompañarnos siempre. Que son
nuestros conocimientos y experiencias lo que volcamos a los otros, y lo que
recibimos de ellos, en cada cuento que narramos. Que no buscamos, sino que
encontramos, las sugerencias para narrar con todo nuestro cuerpo, y no sólo con
palabras. Y los niños lo captan de inmediato.
Que es
la memoria pura, lo vivido por cada uno de nosotros: “ese ayer que es todavía”,
lo que transformamos en palabras
auténticamente dichas, en palabras que se dicen y que se hacen. ¡Ay!, otra vez,
los niños, implacables.
Que
son la luz de nuestra infancia, el aroma de nuestros recuerdos, el toque de
nuestras vivencias, los soles de nuestros amaneceres, las lunas de nuestras
melancolías, las raíces de nuestros orígenes, las proximidades al mundo de
nuestros padres, el acercamiento a las simplicidades o exuberancias de nuestros
pueblos o ciudades, los que se reflejan en los numerosos lenguajes que
transitan en lo que hacemos y decimos.
Que
es, en definitiva, permitiendo que el verbo se haga carne como deberíamos
narrar. Haciendo y diciendo. Sin contradecir lo que digo con lo que hago, o
viceversa. Desde adentro hacia fuera. Siendo y no pareciendo.
Viviéndolo
sensorial, sentimental y conceptualmente todo, a cada instante, en mí y con los
otros. Porque lo auténtico, eso lo indica la experiencia, hace real lo que
presentamos en el instante de narrar.
¡Ay!,
de nuevo, los niños no perdonan si captan lo contrario.
La
comprensión de todos estos aspectos por
los alumnos del módulo de Narración Oral del Diplomado de Literatura infantil
de la UDO de Caracas hizo que la fantasía se hiciera realidad. Y, de ello no hubo ninguna duda.
Todo fue posible.
Desde el mundo gestado por las voces, los gestos y los movimientos
de los narradores ante los niños y adultos que fueron copartícipes de ella.
Porque el público no es espectador, no es sólo público.
También, lo sabemos desde siempre, todo asistente a una
presentación de cuentacuentos no es un mero espectador de la actividad, es
parte de la actividad. Y completa, a su imagen y semejanza, todo lo narrado y
sugerido por el narrador, con sus voces, sus gestos, sus movimientos, su manejo
del espacio y de las situaciones que se están viviendo.
Los
niños lo captan de inmediato. Y, no nos cansaremos de decirlo, son duros jueces
de ello. Los jóvenes y adultos, también.
Por ello, tanto en el colegio donde
nos presentamos como en el Parque Caballito de Altamira, todo fue
maravillosamente posible. U hoy, Día del Niño, en la presentación que compartimos con Abigail Truchsess, Tiago de Jesús y el numeroso público asistente a las actividades organizadas en la Plaza de Los Palos Grandes
Gracias a todos. Y a todo.
¡Y, lo demás es lo de menos!
Texto de Armando Quintero
Laplume
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