Clarissa, la vaca azul

Clarissa, la vaca azul
paseando por el campo

miércoles, 19 de mayo de 2010

La narración oral y la educación


Imagen tomada del blog de Anuska Allepuz

Lectura múltiple, lectura activa, la de quien escucha narrar un cuento. Le interesa lo que ha podido escuchar pero, quizás mucho más, lo que ha querido escuchar: todo lo que le evoca, le sugiere, le exenta, le implica, de manera clara o vaga. Y está seguro que el narrador, al mirarle, ha descubierto cuál es su verdadera relación con el cuento. Y que le comprende y le acompaña. Por ello, de alguna manera, es su cómplice.
Los cuentos, sobre todo los mejor logrados para la oralidad, son formas sencillas que reposan en estructuras narrativas unidimensionales. Un cuento va en un sentido: rara vez se subdivide en varios relatos. No es que sea monosémico y que sólo sea posible la interpretación “lineal”. Todo cuento propone interpretaciones globales. Eso lo saben a total conciencia o no – el cuentista que lo ha creado, el narrador oral que lo recrea y el público que coparticipa en el acto artístico. Como saben que el cuento cuenta. Y cuenta.
Con los cuentos se poetiza y se juega. Se crean y recrean a partir de una intuición concreta. Las acciones del cuento se vuelven posibles con, por y entre los otros. Por ello el narrador poetiza, crea y cree con el público: elige las palabras, teje el cuento, arma trampas, vigila para hacerlo caer sorprendido. Y el público poetiza, crea y cree con el narrador.
Por ello, el narrador juega con el público: sabe que el público le sigue pero, también, se le escapa y quiere escuchar rápidamente: sabe que el público será coautor de la historia que narra, la interpretará a su manera. Y el público juega con él. Y lo saben ambos.
Como saben que, tanto él como narrador oral como su público como escucha, son seres que tienen tiempo y aprenden a usarlo. Incluso gozando de la calidad del silencio que les rodea. Gozando de esa invisible y silente campana que generan, en el acto de ser narradores-escuchas y escuchas-narradores, con todo su hacer, con todo su ser. Gozando de ese silencio al que provocan, porque es un silencio poblado de imaginación, un silencio colectivo, un silencio compartido, donde las palabras, como las del poeta, lo rompen para recrearlo. Gozando porque el trabajo creativo de un cuento, implica un “esquema dinámico de sentido” con una doble función fecundante: la de narradores y la de escuchas, interrelacionadas permanentemente en un acto de amor: una comunicación abierta y solidaria, donde ambos comparten la confianza. ¿Pretendemos algo más para una pedagogía verdaderamente activa?
Pero con un detalle importante: nuestra misión principal es divertir, sólo eso.
Fue a partir de una conferencia que dictó Rubén Yánez, el director de la agrupación teatral uruguaya “El Galpón” –allá por mediados de los años ochenta, en la ciudad de Valencia (Venezuela)- que aprendí a utilizar la etimología de la palabra divertir en mis talleres de narración oral. Hacía muchos años que la conocía e, intelectualmente, la utilicé mucho en mis clases de literatura. Recuerdo que la apliqué por primera vez en una clase magistral, que expuse ante un tribunal de Práctica Docente en mis estudios como Profesor en Literatura, y era sobre el soneto “Los bufones” de Rubén Darío. Pero volvamos a la conferencia de Yánez. El tema central que se estaba exponiendo en ella, era sobre la importancia del humor en el teatro. En medio de varios aspectos muy importantes que se venían desarrollando, de pronto, se nos preguntó a los asistentes sobre qué era divertirse, cuándo era que uno se divertía, cómo era que se sentía quien estaba divertido. Desde la extrañeza inicial surgieron múltiples respuestas, válidas todas, ninguna descartable, más bien, sorprendentes. Al comenzar a crearse el silencio inmediato a tanta descarga, el expositor preguntó sí alguno conocía el significado inicial de la palabra, de dónde venía, su etimología. De inmediato aseveró que, en el antiguo latín, la palabra “divertir” era una palabra compuesta, formada por los vocablos “di”, dos, y por “vertir”, verter: volcar un líquido de un recipiente a otro. “Dos veces volcar” sería su significado inmediato. Señaló, además, que es eso lo que se pone de manifiesto cuando uno se divierte: uno recibe algo de alguien o algo, y lo vuelca de nuevo hacia los otros, o lo otro. Es decir, “saca hacia fuera lo que tiene dentro” Y agregó que, si ese era el verdadero significado de la palabra, se podía, concluir, con mucho humor: “Por supuesto, nadie nos va a mostrarnos lo peor de él, nos va a sacar siempre lo mejor”.
Es obvio, pero no por obvio, innecesario, señalar que, con esa intención nos disponemos siempre a asumir cada uno de los pasos, cada uno de los ejercicios, cada uno de los momentos que nos correspondan en las actividades de todos nuestros talleres de Narración Oral. La tarea es común, participativa, incluyente y nunca -en lo posible e imposible- excluyente: aprender jugando, divirtiéndonos de lo mejor, en lo mejor.

Fragmento de la ponencia de Armando Quintero presentada en el Festival Cuento Palabra 10 Córdoba, Argentina, septiembre de 2009.

2 comentarios:

van den Steen dijo...

di vertir .... muy interesante, no lo sabia.
gracias

Los Cuentos de la Vaca Azul dijo...

Siga difundiéndolo. Conserve el recuerdo y reconocimiento a la fuente (Rubén Yáñez, de Teatro El Galpón, que lo tomó del Diccionario de Coromina) Creo que es muy válido hablar de ello y para utilizarlo en conferencias, charlas y talleres.