Clarissa, la vaca azul

Clarissa, la vaca azul
paseando por el campo

martes, 6 de abril de 2010

Video del Día Internacional del Narrador Oral en Parque Caballito de Caracas



Estimados amigos asiduos a nuestro blog y amigos que se asoman a verlo:
Ante las múltiples actividades que tenemos pautadas para este mes de abril, mes de la palabra, mes del idioma, hemos adelantado todos los materiales a compartir con ustedes. No hacerlo en estos días de la Semana Mayor, era saltarnos la continuidad del mismo. A partir de la segunda semana y hasta culminar el mes tendremos numerosas presentaciones, talleres, seminarios y conferencias.
Como un modesto homenaje a las palabras que se dicen, les brindamos este video de nuestra presentación el sábado 20 de marzo de 2010. Está elaborado con algunas de las fotos tomadas por Gonzalo De Jesús García durante dicho evento. Y con el apoyo de las voces de Tiago y Armando narrando cuatro minicuentos de sus autorías respectivas.
Un abrazo cargado de cuentos a cada uno de ustedes.
Y los mejores deseos para que los compartan con sus amigos, familiares y vecinos. Es una hermosa manera de unirnos a los otros y de no darnos tiempos para las divisiones, las segregaciones, las confrontaciones. Que, aunque ellas, a veces sean utilizadas para permitirnos crecer, por supuesto, nunca han de utilizarse para deshumanizarnos. Narremos cuentos: ¡Una sencilla manera de multiplicar la paz!

Si desea verlo en yootube, haga clic en el enlace siguiente: http://www.youtube.com/watch?v=3GNeoYzIkd0

jueves, 1 de abril de 2010

Decálogo para narradores orales que se inician



1.- Cuando estemos frente a un narrador oral digno en su ser y en su hacer, intentemos imitarlo en su dignidad. Cuando estemos frente a un mal narrador oral, observémoslo con mucha atención para corregir nuestros propios errores.

2.- Ante un buen cuento a narrar, la pobreza de lenguajes es algo que nos avergonzará. Ante un mal cuento, la riqueza de recursos provocará lo mismo.

3.- Los cambios en el ser y hacer de cualquier narrador oral que se inicia pueden ser muy lentos, casi imperceptibles; lo importante es que sean.

4.- El narrador oral se pasará la vida simplificando lo que muchos hombres, a conciencia o no, tratan casi siempre de complicar: las relaciones humanas.

5.- Estudia siempre el pasado del viejo oficio de narrar cuentos y de todos los oficiantes del mismo si quieres saber cómo será tu futuro.

6.- El narrador oral digno sabe lo que es verdad en lo que comparte con su público; el mal narrador sabe qué es lo que vende mejor.

7.- Un cuento no mejora tu condición, ni la de tu mundo, pero puede abrir puertas y ventanas para lograrlo cuando lo compartes y, sobre todo, descubrir que crecerás en esa búsqueda aliándote con quienes desean crecer contigo.

8.- Cinco son las condiciones para que tú y tu mundo logren ser mejores: constancia, honestidad, generosidad, sinceridad y delicadeza, en tu ser y hacer.

9.- Al escuchar comentarios perversos, aunque sólo sea por mera curiosidad, no tardarás en convertirte en un hombre perverso.

10.- La narración oral, como la virtud, no nació para vivir a solas. Todo el que la practica, terminará rodeado de buenos vecinos. ¡Sólo ejércela de corazón!, luego, nos cuentas.

Texto de Armando Quintero Publicado en su libro ¿Quieres contar cuentos? http://www.analitica.com/media/3183637.pdf

Cuentos para narrar: Juan, Juanita y la Princesa Seria

Princesa tomada del blog de Vanina Margaría http://vaninamargariailustraciones.blogspot.com/2009/08/serie-principes-y-princesas.html

Había una vez un cielo, con nubes, sol y pájaros volando.
Debajo del cielo un reino.
Con su bosque, su campo, su río.
Y su pequeña montaña.

En la montaña, un palacio con su torre.
Y, en la torre una princesa seria.
No reía, sólo miraba hacia el camino.

La princesa era bondadosa y muy querida por su pueblo.
Y el reino era feliz… Bueno, casi.
Todos, desde su Rey, su Reina y hasta el más pequeño de los súbditos, se angustiaban con la seriedad de la princesa.

Las personas del reino hablaban mucho sobre la seriedad de la princesa.
Unos decían que una bruja le había dado a beber un elíxir mágico.
Otros, que era un mago que se había enamorado de ella y, al no ser correspondido, le impuso el castigo de vivir sin reír.
“No, la enamorada es la princesa.” –sostenían unos terceros – “Cómo se explica que siempre está mirando desde la torre: sólo espera el retorno del príncipe azul que una vez vimos pasar por el camino”.

Todos los días llegaban juglares, trovadores, magos, malabaristas y bufones. Venían de todos los rincones del reino para alegrar a la Princesa Seria.
Algunos, hasta eran traídos desde muy lejanas tierras.
Pero ni aquellos, ni estos, lograban hacerla reír.
Ni le sacaban la más leve sonrisa.

¿Tú, reirías con unos juglares y trovadores que cantan sangrientas historias? Más bien, igual que yo, llorarías
¿Tú, lo harías con unos magos que te hacen siempre los mismos trucos con pañuelos, conejos y palomas? Te aburrirías mucho, ¿verdad?
¿O con malabaristas que hacen girar numerosas pelotas, platos, palos, botellas u otros objetos? Con tus nervios, no podrías reírte.
Y, ¿qué decir de los bufones, con esas figuras tan desiguales y grotescas como sapos enormes? Pero, sigamos con el cuento.

Una mañana la princesa estaba en la torre mirando hacia el camino.
Por el sendero salpicado de florcitas del campo, mariposas de variados colores y pájaros revoloteando, se oyó un cantar que venía por el aire.
Desde lejos.
Desde atrás de las colinas que ocultaban el camino, casi antes del horizonte.

Era una canción muy festiva.
Los labradores dejaban de sembrar para reírse.
Los bueyes y caballos de tiro se desprendían de los carros y de sus arneses para revolcarse, riéndose.

Las aves detenían sus vuelos y se posaban de nuevo en los árboles, a reír.
Los caminantes no podían seguir con su marcha, por las risas.
Todos los animales de los campos y bosques salían de sus cuevas, refugios y nidos para reír y reír.

Los árboles y las plantas sacudían sus ramas y tallos, como si un viento interior las moviera: era su manera de reír.
Los peces de los ríos y de la mar cercana, se amontonaban en las orillas y en las playas, riendo.

También, como has de suponer, todas las personas del palacio, desde los reyes, hasta el más pequeño de los súbditos...

– Mmm... ¿Todas las personas?
– Bueno, la princesa seguía en la torre, mirando hacia el camino, sin reír. Desde allí ya se veía al cantor de la canción festiva. Perdón, los cantores. El que uno de ellos, mejor dicho una, sea pequeña no le quita su importancia.
Eran Juan y su pulga mágica, Juanita.

Mucho antes de llegar a las puertas del palacio, se acercaron a Juan y Juanita unos emisarios enviados por el Rey.
Temeroso que, como el príncipe azul, pasaran de largo por el camino, le llevaban una carta, invitándolos a realizar una presentación para toda la corte.

Luego de comer, beber y descansar, a Salón Principal del Palacio lleno, Juan y Juanita realizaron su maravillosa presentación.
Registrada, luego, en el Libro de las Crónicas del Reino y guardada por muchas generaciones en la memoria de todos los abuelos y Cuentacuentos.

Los aplausos se iniciaron cuando Juan tomó la cajita y salió al centro del salón. Cuando abrió la caja y Juanita –en malla de fino terciopelo y con su mejor falda de volados y lentejuelas – saltó a la mesa, los aplausos recrudecieron.
Para repetirse ante cada uno de sus números.

Juanita saltó la cuerda, tocó la flauta y bailó.
Simuló los balidos de una oveja, los cantos de un gallo, los mugidos de una vaca, los aullidos de un lobo.
Y hasta hizo unos sonidos que asustaron a todos.
Eran los barritos de un elefante, que había aprendido a imitar cuando viajaron con Juan por el norte de África.
Dio numerosos saltos mortales, sencillos y triples.
De frente, de lado y de espalda.

Entre aplausos, ¡hurras!, ¡vítores! y ¡vivas! cerraron su actuación con la ya famosa, "Canción Festiva"
Todos aplaudían y reían, reían y aplaudían a rabiar...
– ¿Mnnn...? ¿Todos?
– ¡Sí!: ¡Todos, menos la princesa!

Juanita brincó desde la mesa donde saludaba a la falda de la princesa.
De inmediato, al centro de su pecho y de ahí a su hombro.
Luego, se acercó a su oído y le dijo algo casi en secreto.

La princesa, primero, se sonrió –leve, como toda una princesa – para, poco a poco, reírse hasta culminar en el más sonoro estallido de carcajadas.

Todos los que escuchan o leen este cuento preguntan siempre si se sabe qué fue lo que le dijo Juanita a la princesa.
Por suerte, mi bis tatarabuelo –que estaba de paso ese día en el reino, y asistió a toda la presentación – lo guardó muy bien en su memoria.

Él se lo dijo a mi tatarabuelo. Mi tatarabuelo al mi bisabuelo.
Éste a mi abuelo. Y, por él lo sé yo.
Juanita dijo:
– Bli bli bli bli, burulú bli bli, blum blam bli bli. Bli bli buruli blibli blumblam blibli.

En la familia, todos, siempre hemos lamentado no haber aprendido nunca el pulgués, el pulgñol o el pulgán. O, cómo se llame al idioma de las pulgas.
Pero nos queda el consuelo de saber que la Princesa Seria, sí, lo hablaba.
¡Y de maravillas!

Versión para niños del cuento de Armando Quintero “La Princesa que no reía”, ya publicado en este blog. Ver el MIÉRCOLES 17 DE SEPTIEMBRE DE 2008.

Temas de Narración Oral: Fragmentos de textos para conversar y/o investigar



a) Tomado de Ernesto Sabato, La Resistencia:
“Mientras les escribo, me he detenido a palpar una rústica talla que me regalaron los tobas y me trajo, como un rayo a mi memoria, una exposición “virtual” que me mostraron ayer en una computadora, que debo reconocer que me pareció cosa de Mandinga. Porque a medida que nos relacionamos de manera abstracta más nos alejamos del corazón de las cosas y una indiferencia metafísica se adueña de nosotros mientras toman poder entidades sin sangre ni nombres propios. Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo que es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad de amor, los gestos supremos de la vida. Las palabras de la mesa, incluso las discusiones o los enojos, parecen ya reemplazadas por la visión hipnótica. La televisión nos tantaliza, quedamos como prendados de ella. Este efecto entre mágico y maléfico es obra, creo, del exceso de la luz que con su intensidad nos toma. No puedo menos que recordar ese mismo efecto que produce en los insectos, y aún en los grandes animales. Y entonces, no sólo nos cuesta abandonarla, sino que también perdemos la capacidad para mirar y ver lo cotidiano. Una calle con enormes tipas, unos ojos candorosos en la cara de una mujer vieja, las nubes de un atardecer. La floración del aromo en pleno invierno no llaman la atención a quienes no llegan ni a gozar de los jacarandáes en Buenos Aires. Muchas veces me he sorprendido cómo vemos mejor los paisajes en las películas que en la realidad.”

b) Tomado de Aquiles Nazoa, Vida privada de las muñecas de trapo:
“En la lustrosa rueda de hierro que los pies hacían girar imprimiéndole al ancho pedal un acompasado movimiento de mecedora, ponía también la tía a rodarla rueda mágica de un tiempo que se adormecía en el fondo de su memoria. Y eran entonces los cuentos de su lejana juventud o de su niñez que volvía, con su deslumbradora población de criaturas y sucesos fabulosos. Inclinada ante su máquina de coser como un anchuroso libro de evocaciones, parecía seguir en la cascada de tela que la aguja iba punteando, los renglones de una invisible lectura, cuyas ilustraciones visualizábamos nosotros en la policromía de los retazos que embellecían el suelo. Al calor de su iluminada fantasía y de su palabra cariciosa, surgían cuentos cuyos personajes eran aguzadas tijeras que en la alta noche se salían sigilosamente del costurero o de las gavetas, para irse volando como agresivas garzas, a picotear en el cielo el granero de las estrellas. Viajábamos en su carretel de hilo al mítico país donde imponía su reinado de terror el Minotauro, en una recompuesta historia donde la bondadosa Ariadna aparecía como la primera costurera que hubo en el mundo, y tenía en la puerta de su palacio en Creta un letrero que decía se corta y se cose. Y como amaba dulcemente las cosas de su oficio, para lo que volvía la tía sobre la hazaña de Teseo, era para mostrarnos cómo una simple hebra de hilo de coser puede servir para salvar a todo un pueblo. A prendíamos junto a ella a amar lo bello del mundo en la insignificancia de unos parches de tela pintada, y nos aleccionaba en la secreta significación de los retazos.”

c) Tomado de Antonio González Beltrán (Director de La Carátula, España),
Boletín de Cuentacuentos, octubre 2004:
“Eso que acaban ustedes de ver y escuchar cuando yo les contaba cuentos ahí fuera, en el patio de este hermoso lugar, es sencillamente un acto de cuentería, una de las múltiples manifestaciones de teatro de calle, o más sencillamente una de las múltiple manifestaciones de teatro.
En España, rota la tradición popular del narrador callejero de cuentos, historias o sucedidos - recuerden los últimos romanceros, los ciegos que recorrían nuestras plazas y calles con su salmodia, aquellos que relataban horrendos y sangrientos crímenes, aún vivos hasta los años cincuenta-, hemos perdido también la denominación del oficio. En mi caso, yo digo que soy un actor que cuenta historias o, mejor, un cuentero, aunque sé que en algunos países del área latinoamericana el término es peyorativo porque se le asimila con mentiroso. Otros utilizan denominaciones varias como "narrador oral", o "narrador oral escénico", lo que, más que un nombre, me parece una definición, muy ajustada al oficio, eso sí, o "cuentacuentos", el término más generalizado pero el que menos tiene que ver con nuestro idioma. Nadie se llama "hacevasos", ni "fabricazapatos", ni "construyemuebles", sino vidriero, zapatero o ebanista. El problema es que se trata de una mala traducción del inglés "story tellers", que se empezó a utilizar a principios del siglo pasado en los Países Escandinavos y los Estados Unidos de América (USA), cuando establecieron lo que se llamó "la hora del cuento" en aulas y bibliotecas. Lo curioso es que la moda les vino de Francia, donde al ejecutante de esa actividad se le llama "conteur". Hagamos, pues, la traducción correcta del francés y veremos que lo más cercano que tenemos en castellano es el término "cuentero", que, por otra parte, es como se dice en Colombia, uno de los países más fecundos y vivos en este oficio, cuya práctica es latente hoy en día en universidades, plazas, cafés, bares y teatros.
Por otra parte, los que se ejercitan en aulas y bibliotecas en sesiones promovidas para la animación a la lectura, los que originariamente fueron llamados cuentacuentos, suelen contar sentados, apenas si gesticulan y sus inflexiones de voz son mínimas. No así nosotros, los cuenteros que decimos que hacemos teatro, que hacemos una de las formas alternativas de teatro; como lo hace con su técnica el narrador de la "halka" marroquí, que le permite contar incorporando al mismo tiempo todos los personajes y utilizando todos los recursos que tiene el actor, y no sólo los gestuales y los verbales, sino también los recursos escénicos propiamente dichos: algún elemento escenográfico, algún accesorio, un vestuario determinado, la iluminación, incluso. Es más, sentimos la necesidad de distinguir y hacer notar la diferencia entre una actitud social de comunicación y una actitud artística, escénica. Por ejemplo: lo que acabo de hacer hoy, ahí fuera, no suelo hacerlo nunca, entre otras cosas porque me siento incómodo; yo suelo cambiarme de ropa para contar, y aunque no sea siempre un vestuario creado especialmente para ese cuento o ese espectáculo, me suelo vestir para la ocasión porque eso forma parte del rito del actor; por otro lado, el espacio de la actuación es para mí el espacio sagrado del teatro, el escenario, esté donde esté, aunque esté ahí pisando el césped que todos pisan, porque con mi acto de cuentería lo he transformado en escena, en lugar escénico.“

d) Tomado de Armando Quintero Laplume, Una vida en cuentos:
“Con los abuelos descubrí nuevos mundos de cuentos. Mi hermana y yo, que habíamos perdido a nuestros abuelos de sangre, “adoptamos” a una pareja de ancianos - Lucrecio y Felipa Veloz, hermanos y solterones – frente a cuya casa pasamos a vivir. Fueron los abuelos que conocimos, que reconocimos.
Ella cultivaba un jardín, el más grande de la ciudad, a donde concurría a comprar las damas y señoritas del pueblo para engalanar bautizos, cumpleaños y casamientos. También los caballeros, en menor escala, y avergonzados de ser vistos en esos menesteres, pero dispuestos a galantear con sus novias. Él, que había sido un barbero de prestigio y estaba retirado ya, jubilado, cuidaba la huerta que los alimentaba, y colaboraba en la atención del jardín.
Tenían una casa toda llena de historias sobre las constelaciones, la luna, los ríos, el viento... Con ellos aprendí a amar la música de los álamos, los sonidos del agua, el valor de los silencios... A leer a Homero, a Cervantes, a Goethe, a Shakespeare, a Tolstoi, a Quevedo…A amar “La Biblia” y a emocionarme con los “himnos de los dioses”, los “Cantares Mexicanos” y el “Popol Vuh”... Incluso, y casi lo olvidaba, a proteger a “los amigos de la huerta y el jardín”: los sapos y las lagartijas, que proliferaban por doquier.
Y, en la escuela, las lecturas del aula y el recreo. Cuentos, fragmentos de novelas y poesías de “El Tesoro de la Juventud”, “Corazón”, “Pinocho”, “Alicia” -la del País de las Maravillas y la de detrás del espejo – “Gulliver”, Julio Verne, Emilio Salgari, Sir Walter Scott, Antonio Machado, León Felipe, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Delmira Agustín, Rubén Darío, José Martí... La memorización, el recitado, el escenario escolar, y el aplauso.
Unido a lo anterior, a nuestra casa, y a sus alrededores, concurrían alumnos y pintores de la escuela del Museo Departamental, familiares cercanos - entre otros su director, Don Aramís Mancebo Rojas, que había estado casado en primeras nupcias con una prima de mi madre - y amigos que, para que no les molestáramos en su trabajo, nos entregaban cartones, telas, pinturas y pinceles. Nos daban otra mano para que abriéramos las puertas de los sueños. Y sus ventanas, también.”

e) Tomado de Ana Padovani, Contar cuentos. Desde la práctica hacia la teoría:
“Tal vez fue casual que, durante unas vacaciones en que disponía de tiempo ocioso, me ofreciera para leer cuentos en una librería. A los pocos días reparé en que lo hacía con tanto entusiasmo que “me escapaba del libro”, por lo cual decidí contarlos, recordando lo exitoso que aquello había resultado cuando fui maestra y profesora de música. Poco después incluí el laúd, instrumento que usaba desde la época de la Commedia dell´ Arte (a instancia de otra maestra caramente recordada, Mane Bernardo): saqué a la luz entonces el cancionero que utilicé cuando enseñaba iniciación musical, y allí se estructuró un espectáculo sin proponérmelo. Así comencé a contar en todos los lugares que podía y sobre todo en el Centro Cultural Recoleta, que por entonces estaba abriendo nuevos espacios. Quiso la suerte que al tiempo llegara a Buenos Aires Marco Baliani, un gran actor y narrador italiano, cuyas enseñanzas legitimaron lo que venía haciendo con un cierto sentimiento de clandestinidad, llena de dudas y temores. A partir de allí se fue generando un proceso casi incontenible. Todo lo que había atesorado en conexión con el arte cobraba sentido, todo ocupaba su lugar, las piezas encajaban, el juego quedaba finalmente armado. Desde entonces, el contar cuentos se constituyó en mi trabajo, en mi ubicación en la vida, en mi lugar en el mundo.”

f) Tomado de Rodolfo Castro, La intuición de leer, la intención de narrar:
“La narración oral es de plano despreciada en ámbitos donde debería ser tomada como núcleo en torno al cual giraran otros aprendizajes y disfrutes. Me refiero a los institutos y universidades dedicados a la formación pedagógica, en los cuales no existe una materia que estimule el desarrollo de esa habilidad. En los institutos y escuelas de formación pedagógica, este tema se estudia formalmente, reconociendo la importancia de contar cuentos y de hacerlo bien, pero se trabaja poco en los aspectos teóricos y casi nada en los prácticos. Por ello, contar cuentos no pasa de ser un recurso didáctico de difícil aplicación, y del cual es aún más difícil obtener resultados apreciables. Se acepta en la teoría pero se rechaza en los hechos que contar cuentos pone en juego un sinnúmero de habilidades relacionadas con el manejo de la voz, la expresividad gestual y corporal, la comprensión lectora, la escritura, la respiración, la dinámica grupal, la improvisación, el juego dramático creativo, la imaginación, la resolución de conflictos… siguen las firmas.”

Textos recopilados por Armando Quintero. Publicados en su libro ¿Quieres contar cuentos? http://www.analitica.com/media/3183637.pdf

Temas para mirar, leer y pensar: Maderas talladas y coplas de Tomás Cacheiro


Tomado del facebook "Fotos de Tomas Cacheiro Por Analia - Otras maderas...y seguimos buscando".
http://www.facebook.com/photo.php?pid=763430&id=1574015526

Talla el rio sus maderos
en su largo trajinar.
Para tallar hacia adentro
hay mucho que caminar...

Sobre los árboles... o, ¿sobre nosotros mismos?

No hacen brasas el ombú,
ni el ceibo, ni el canelón.
No enciendas fuegos con ellos
no sirven para el fogón.

Son muy blandas sus maderas
no las corta el leñador,
no las quema el carbonero
ni las labra el constructor
....
...........................

En la sombra del ombú
cuando achicharra el solazo,
muchas veces encontré
alivio para mi paso.

Han encendido el ceibal
flores de rojo color,
y en el aire perfumado
se detiene el picaflor.

Se levanta el canelón
en busca del horizonte.
Es el que crece más alto
de los árboles del monte.
...........................
Nunca le pidas a otros
que sean lo que no son.
Cada cual es como es;
aprecia su condición.

En este enlace, http://blogs.avui.cat/jaumepubill/2010/03/30/el-mn-encantat-de-cacheiro/ hay unas interesantes y emotivas palabras sobre el blog de Analía, la nieta de Tomás Cacheiro, escritas por el catalán Jaume Pubill. Para verlas, haga c