Clarissa, la vaca azul

Clarissa, la vaca azul
paseando por el campo

sábado, 19 de diciembre de 2009

¿Será que se ha llevado a un Tío Conejo al poder o será que es otro el cuento?... (primera parte)











Ilustración: Antonio Villaroel.





¿Será que se ha llevado a un Tío Conejo al poder o será que es otro el cuento? O, ¿cómo es que sigo siendo un venezolano de a pié a pesar de ello y, a mucha honra?

“Sólo sé que no sé nada”. Tal es así que, por regla de vida, ni siquiera estoy seguro de nada. Incluso, de que esta frase la haya dicho Sócrates, como lo asegura Platón y, si mal no recuerdo, algunos dicen que lo reafirma Aristóteles. Y nadie, creo, haya podido saberlo en el transcurso de los siglos y, menos, haya podido tener la seguridad sobre ello. ¿O, sí, y no lo conozco?
Claro que, en el caso personal, la afirmación de esa frase, más que una pesada carga de inestabilidad constante, me ha beneficiado para la búsqueda, el encuentro y hasta de los logros añadidos de muchos conocimientos que nunca pensé asumir. Y, por supuesto, de la superación paulatina de los pocos o muchos temores que esto conlleva.
Creo que eso es lo que un narrador oral y docente como Sócrates, y que nunca nos dejó una línea escrita, siempre lo ha visto como lo mejor. Como creo que, desde su elección de beber la cicuta ante sus alumnos, como nos narra Platón en su famosa “Apología”, el maestro del conocimiento nos sonrió, sonreirá y sonríe eternamente. Y nos brinda una manera de llegar hasta él. Y hasta el conocimiento de cualquier tipo. ¿No les parece?
Y puedo mostrarlo. O, al menos, creo que así será. Como lo leerán aquí.

Ha sucedido que, considerándome un “analfabestia” en el conocimiento de los avatares de la situación que atraviesa nuestro país desde hace varios años y, en especial, en esta década, he logrado, al menos por ahora, llegar a aproximarme al primer peldaño del nivel de educación, al básico como para lograr narrarles una serie de cuentos, más bien vivencias, que giran entorno al tema que me propuse. E, incluso, aceptar el concepto de No País sostenido por Agustín Blanco Muñoz desde hace un tiempo.
¡Ah!, antes de continuar, aclaro, aunque puedo oscurecer, según dicen las lenguas de “mala reputación”, o de la buena, que también las tienen: espero que nadie pueda estar ni siquiera sospechando o crea, al menos, que hay algún tipo de connotación por el uso de la expresión “por ahora”. Ella es de uso común y no tiene que dejar de serlo. Ni por decretos. Constitucionales o no.
Al arte de narrar cuentos, que es el oficio más viejo de la tierra (*), lo ejerzo desde hace cuarenta y tres años. Primero como docente en Literatura, luego como exiliado y como padre, hasta llegar a ejercerlo profesionalmente en numerosos Festivales Nacionales e Internacionales, en la fundación y dirección de agrupaciones de Narración Oral y, en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, como docentes en los Seminarios de las Escuelas de Educación y de Letras y como Director de Narracuentos UCAB, la agrupación de los mal llamados “cuentacuentos” de esa casa de estudios.
Para el trabajo final de su cátedra en el Avanzado de Periodismo, Pino Iturrieta nos propuso una pregunta: ¿Por qué soy venezolano? Y, ante una pregunta así, a uno, como olimareño (**) de origen le provocó responder como lo hacían mis paisanos de Treinta y Tres: “¿Y, por qué no?”.
Por supuesto que me sorprendí ante la pregunta en sí. Como me sorprendí al saber que tenía que reconocerme como hijo de tres madres: la que me dio el ser, la patria donde nací y la que me adoptó y adopté.
Aclaro. Nací en el vientre de una buena familia, pobre pero honesta, en una ciudad del interior, uno de esos “pueblos de campaña” de la República Oriental del Uruguay: Treinta y Tres, capital del departamento del mismo nombre y que está casi rodeada por un pequeño río, el Olimar, que nos da el gentilicio que nos identifica entre todos los uruguayos. Frente a los conocidos y oscuros avatares de la década de los setenta, fuimos aventados hacia estas Tierras de Gracia. O de desgracias, según le oí decir a una señora, muy criollita ella, en estos días. Y, entonces recordé que fue casi por la casualidad que llegamos a Venezuela, como por la causalidad ante las des - gracias de la otra, la tierra de nuestros orígenes. Desde hace unos cuantos años, y según consta legalmente, somos venezolanos por naturalización. Y como dicen por allá, por las patrias del sur: ¡A mucha honra!
De Venezuela poseía una visión especial. Mejor tendría que decir una sonoridad inicial por los recuerdos, frescos aún, en las cálidas referencias de uno de nuestros educadores olimareños: el maestro y compositor Rubén Lena.
Él y su esposa, ambos maestros normalistas, habían participado de los logros socios pedagógicos ejecutados en este país por los años cincuenta por un grueso de educadores sureños. Su entusiasmo era de tal magnitud que no sólo
nos hablaba permanentemente de Venezuela - ¡y hasta nos enseñaba a bailar joropo! - sino que nos hacía escuchar, en los viejos discos de acetato, a Juan Vicente Torrealba y Los Torealberos, a Magdalena Sánchez, Rafael Montaño y las tonadas de Simón Díaz que recién comenzaban a ser algo conocidas.
Las vivencias de Rubén Lena, quizás no exentas de cierta idealización, nos hablaban, y nos reforzaban, la imagen de un venezolano espontáneo, campechano como un simple niño grande; solidario con el extranjero, abierto a ofrecerle lo que necesitara para hacerlo sentir como en su casa; tolerante con el otro aunque no tuviera ideas similares, al punto de que aún al discutir las diferencias, primara la conciliación antes que ellas; nada racista porque, entre sus razones primordiales, reconocía que, genéticamente, es el resultado de múltiples y variadas mezclas desde sus orígenes coloniales; además, de muy limpio y claro proceder, honesto en sus actos, coherente con su palabra empeñada, pacífico y nada violento. Y esa fue la primera percepción sentida.
Silenciados, temerosos por lo vivido en los últimos años antes de llegar a Venezuela, nos asombraba la espontánea, abierta y bulliciosa comunicación de los venezolanos por sus múltiples lenguajes al expresarse. Era como descubrir verdaderos maestros del narrar con gestos y con movimientos, más que con palabras. Era disfrutar a narradores de cuentos con fuertes raíces entroncadas en las culturas africanas y aborígenes. Nos asombraban con sus actitudes de sacarle partido a cualquier situación desagradable y voltearla con alguna expresión, con algún gesto, con alguna humorada. Y con sus saludos matinales al subir al autobús, sus santiguarse al salir al trabajo o ante cualquier tarea que iniciaban. ¡Era una refrescante y constante sensación, no tanto de una simple irresponsabilidad, como de una sutil alegría vital! También, no puedo negarlo, era retornar o, al menos, reencontrarme con el provinciano que llevo dentro.
Una semana antes de la Navidad de 1978 pasamos a vivir al primer apartamento que alquilamos. Habíamos estado, durante tres meses, en casa de unos paisanos que nos cedieron dos habitaciones, una para mi suegra y las dos hijas, pequeñas para ese entonces, y la otra para mi esposa y para mí. Reunidos para los festejos de Nochebuena oímos sonar al intercomunicador:
- ¡Bajen a la fiesta! – se escuchó al atender.
- Gracias, pero no conocemos a nadie y ya estamos festejando con la
familia – dije como respuesta.
- Pero, ¡bajen a la fiesta! – se escuchó de nuevo.
Como cinco veces se repitió el llamado hasta que bajé y me fui directo al salón de fiestas del edificio. No iba molesto pero, eso sí, dispuesto a aclarar lo que suponía era un malentendido.
- ¡Mira, chico! – dijo el Presidente de la Junta de Vecinos al verme, ya
con su mano abierta, extendida para saludarme – Nosotros sabemos que ustedes son una familia recién llegada de Uruguay y, como hoy es el Día de la Familia, los queremos saludar como tales.
Y ese detalle nos abrió puertas y ventanas al corazón de la nueva patria.
Para febrero del 2002, la Casa de Andrés Bello convocó a narradores orales, docentes, investigadores y profesionales interesados en el área para la realización de un Seminario sobre Oralidad, de unos tres meses, coordinado por Antonio Trujillo. A la segunda semana de comenzar, me solicitaron el favor de suplirle por unas tres a cuatro semanas porque tenía que ausentarse del país por razones de salud de un familiar. Al explicarme los motivos, supe que su ausencia se prolongaría, al menos, hasta la culminación del seminario. Nunca regresó a él y, obvio, me hice responsable del Seminario de Oralidad.
Todos los miércoles, bajaba del Metro en Estación Capitolio. Caminaba hacia Plaza Bolívar y desde ahí, directo, hasta la esquina del Ministerio de Educación en donde está la Casa de Bello. El último día del seminario, cuando llegué a la plaza, me encontré con un grupo de personas con cachuchas rojas y una señora de pelo oxigenado o teñido de rubio, con un megáfono en su mano. No puedo asegurar que era la dirigente bolivariana -¿o chavista?- Lina Ron, el momento no estaba para presentaciones y nadie lo hizo, pero se le parecía mucho. Sentí como las miradas de muchos se fijaron en mí. Me dije, ante la tensión de las mismas, que eso no era conmigo y orienté mi vista hacia el lugar donde me dirigía. Al tiempo que un enorme escupitajo, que casi roza mi cara, caía a mis pies oí, por el megáfono encendido, el grito de la mujer que lo tenía:
- ¡Ese viejo escuálido!
Ahora sabía que aquello, sí, era conmigo y era un Encuentro cercano del Tercer Mundo. En segundos, que duraron siglos, tuve que resolver qué hacer: si miraba a quien me había lanzado el escupitajo - lo había visto de refilón - él me diría algo; si le respondía, iba a ser peor; y, si salía corriendo, estaba seguro que sería mucho peor. Pasé por arriba de aquello y continué mi marcha, con mi vista hacia donde iba. Agradecido, además, de que sólo me lanzaron un escupitajo al cruzar por la llamada Esquina Caliente. Dada la situación podría haber sido una piedra, una botella o un balazo. Al dar el tercer paso recordé, y no por una casualidad, lo sucedido en la Navidad del 78. Y me pregunté: ¿Es ésta la Venezuela de Rubén Lena?, ¿es ésta la que conocí?, ¿es ésta la patria de mis hijas y la que será para mis nietos?, ¿siempre fue así y estaba dormida?
Este suceso pareció confirmar – personalmente - lo que vivimos desde unos años a esta parte: Venezuela es otra. Y cuestionarnos sobre ello, importa.
- Yo no soy tolerante con la intolerancia - dijo Miguel Delgado Estévez a Elizabeth Fuentes al entrevistarlo el 3 de agosto del 2007 en “Tremenda Fuente” , programa retransmitido el 19 de diciembre de ese mismo año, por el canal 33 de Globovisión.
Este mismo día, la Agencia Bolivariana de Noticias publicó en Internet una nota cuyo encabezamiento cito: “«En Venezuela no hay presos políticos sino políticos presos», aseguró el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías, al término de la firma de acuerdos con el Reino de Malasia, acto que tuvo lugar este martes en el Salón Ayacucho del Palacio de Miraflores, en el centro de la ciudad.” Y, en el párrafo siguiente la ABN dice: “«No me corresponde a mí ser concluyente en este caso y lo relativo a una Ley de Amnistía corresponde a la Asamblea Nacional. Los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial estarán siempre dispuestos a abonar el camino para que en Venezuela siga floreciendo la prosperidad, la paz y la democracia. Todos estamos movidos por la solidaridad, el humanismo y el respeto al ser humano», destacó el Jefe del Estado venezolano” Y uno, con toda la tolerancia que es posible, se pregunta, una y otra vez: ¿Será esto así? ¿Será que la Asamblea Nacional, y ésta en particular, propondrá o aceptará una Ley de Amnistía? ¿Cuánta disposición han visto los venezolanos en los Tres Poderes para abonar el camino del florecer de “la prosperidad, la paz y la democracia” en estos últimos años y, en particular, los familiares de los detenidos y los ahora llamados “políticos presos”? ¿Cuánta “solidaridad, humanismo y respeto al ser humano” han visto los venezolanos en casos tan emblemáticos como los despidos masivos de los miles de empleados de PDVSA, los directivos de instituciones culturales o los empleados públicos desincorporados? ¿O, ante las personas que tuvieron que realizar trámites en instituciones públicas o los viajeros que han sido “matraqueados” por estar en la “Lista Tascón”? Ni en los problemas con el personal de PDVSA o los obreros de la Siderúrgica del Orinoco. Ni en los problemas con los hospitales y con la educación. Ni las “regaladeras” a los “Hermanos del Hemisferio”. Ni los manejos de la política exterior con sus inferencias en la política de los otros países. Ni los problemas de los secuestros y robos y sin ahondar en los muertos y los desaparecidos “en extrañas circunstancias” o en “circunstancias aún no aclaradas”, si es que llegaran a aclararse algún día. Ni del largo juicio y la posterior condena a los comisarios y a aquellos guardias nacionales que actuaron en los, menos aclarados aún, sucesos de abril. Ni de los numerosos ataques a los periodistas de oposición a quienes, directa o indirectamente, se les niega información o, con el apoyo de grupos de choque, se les golpea. O son vejados sistemáticamente. Incluso desde las altas esferas del gobierno. Ni a las constantes visitas a los medios, a los que se les amenaza o se les sanciona acudiendo a retorcidos vericuetos legales. O se les multa o se les amenaza con cierres que paulatinamente se van cumpliendo. ¿A paso de vencedores? Y, menos aún, había escuchado las últimas palabras en off del locutor oficial al cierre de la Cadena Nacional por los festejos de este 24 de julio de 2009, exactamente a la 1.23 p. m., y que las anoté para no olvidarlas:
“- Importa navegar. No importa la vida. ¡Patria, socialismo o muerte!”.
Las negritas, otra vez me pertenecen, aclaro.
Entonces se me hizo presente una frase que nos dijera Milagros Socorro en un momento del desarrollo de su cátedra en el Avanzado de Periodismo: “La verdad no es lo contrario de la mentira sino de la polarización.”


(*) Hace un tiempo, un poco en broma y mucho en serio, le dije a un alumno de uno de mis talleres, que discutía con otro, no sé por qué, y le aseveraba que el oficio más viejo de la tierra era la prostitución: - “Tenga cuidado. No se deje convencer por lo que se dice. Para que exista una prostituta, tuvo que existir uno que le contara un cuento y ella se dejara convencer. Es seguro que tuvo que existir un narrador de cuentos”. No estoy convencido que eso sea tan así, y menos que siga siéndolo. No hay manera de comprobarlo. Además, al menos yo, no estaba ahí para aseverarlo. Como decía un amigo bromista.
(**) Por el contexto de lo escrito aquí, se entiende que el gentilicio olimareño es el que se aplica a los habitantes del Departamento de Treinta y Tres, una las diecinueve divisiones territoriales del Uruguay.


Armando Quintero Laplume

Tomado del libro ENTRE NOSOTROS Prensa, democracia y gobernabilidad en la Venezuela actual de Carlos Delgado-Flores (coordinador) Ediciones de la UCAB. Serie Mapas de la COMUNICACIÓN. Caracas, noviembre 2009.

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