Clarissa, la vaca azul

Clarissa, la vaca azul
paseando por el campo

martes, 27 de octubre de 2009

Cuento para narrar: Una mujer, un hombre y varios corazones


Ilustración tomada de www.estudioportable.com/.../05/mil_corazones.jpg

Una vez un hombre pequeñito se encontró a una mujer pequeñita.
El hombre llevaba un sombrero grande, muy grande.
La mujer vestía una bata larga, muy larga.
Llena de aromas y colores.
En la copa alta del sombrero de aquel hombre pequeñito anidaban pájaros de todos los cantos, todos los plumajes y todos los vuelos.
En la bata larga de aquella mujer pequeñita crecían flores de todos los tamaños, todas las formas y todos los aromas.
Un día el hombre pequeñito paseaba por un parque.
Cerca de la casa pequeñita donde él vivía.
Era un parque en forma de elefante y estaba cerca de donde nace el sol.
Y tenía árboles pequeñitos, fuentes pequeñitas, jardines pequeñitos con
senderos pequeñitos.
La mujer pequeñita venía desde el otro lado del parque.
Desde donde ella habitaba.
Caminaba distraída por uno de los senderos pequeñitos y recogía flores de todos los tamaños, formas y colores con su larga bata.
Al pasar a su lado, el hombre pequeñito miró con gran ternura a la mujer pequeñita. Y la mujer pequeñita miró al hombre pequeñito, también.
Ambos sintieron que sus corazones se hacían grandes, muy grandes, mucho más grandes que ellos.
Grandotes como un cielo abierto y despejado. Sin nubes.
¡Y temblaban, como todas las flores y todos los pájaros de aquel parque, movidos por un viento suave que por allí pasaba!
El hombre pequeñito era tímido, muy tímido.
Por eso no se animó a decirle nada a la mujer pequeñita.
No sabemos por qué, la mujer tampoco.
Sólo se atrevió a mirarlo y a seguir su camino.
Así pasaron los días, las semanas, los meses…
Hasta que en uno de esos encuentros, la mujer le entregó al hombre un papel de todos los colores que, como suponemos, era pequeñito.
En el papel, con unas letras grandes, muy grandes, de ésas que la mujer pequeñita escribía, se podía leer:
“¡Sigue los corazones!”.
El hombre miró hacia atrás, por el hombro de la mujer pequeñita.
Había una hilera de corazones pequeñitos trazados en el sendero que, poco a poco, se hacían grandes, más grandes. Grandísimos.
Y mansos. Como si fueran del corazón de una vaca enamorada del mar.
El hombre caminó y caminó por el sendero pequeño, pequeñito.
Siguió los corazones hasta dar la vuelta al parque.
Justo cuando llegó al último corazón trazado, se reencontró con la mujer pequeñita que le sonreía.
Con una sonrisa, cargada de ternura.
La mujer le entregó al hombre un corazón pequeñito dibujado en un papel de todos los colores.
El corazón no era mucho más grande que una de las uñas del pulgar de cualquiera de las manos pequeñitas del hombre pequeñito.
El hombre le entregó a la mujer una flor pequeñita que hizo, casi sin darse cuenta, con el papel de la nota que le había escrito la mujer pequeñita.
La hizo mientras caminaba por el sendero de corazones trazados.
Ambos se miraron a los ojos y se tomaron de las manos.
El corazón del hombre pequeñito temblaba.
El corazón de la mujer pequeñita, también.
Mientras el corazoncito y la flor de papel crecían grande, muy grande.
Como todo un cielo abierto.
Un cielo abierto y sin nubes.
Como para que un parque se llene del canto de los pájaros y del aroma de las flores que vuelan hacia todos lados.
Movidos por el viento suave, en tanto, el hombre y la mujer pequeñita volaban unidos en un abrazo cargado de ternura.
Volaban y volaban.
Entre los cantos de los pájaros y el aroma de las flores.
Y crecían grandes, muy grandes.
Grandísimos en el corazón de todos los que veían su vuelo.
Como cualquiera logra crecer y volar cuando camina por un parque que tienen la forma de un elefante.
Y está lleno de los aromas, los sonidos y los colores que nos unen a todos.

Cuento presentado al "V Concurso de Cuentos Infantiles Los Niños de Mercosur" con el Seudónimo: "Uno de un lugar que también existe". Recibió Mención de Honor.
Autor del cuento: Armando Quintero Laplume

lunes, 26 de octubre de 2009

Tema de Narración Oral: Lenguajes verbales y no verbales

Tiago De Jesús de Los Cuentos de la Vaca Azul y Vanessa Menechey de Narracuentos Ucab, narrando en el Parque Caballito de Caracas, Venezuela. En los Festejos Aniversarios de ambas agrupaciones el domingo 11 de octubre de 2009.

Desde tiempos inmemoriales, grandes creadores de las más diversas manifestaciones artísticas han estado conscientes de cuanto se puede transmitir con un simple gesto, una alteración de los sonidos de la voz, una sencilla postura del cuerpo, un mínimo movimiento.
Pero, así como los artistas, los individuos comunes también saben de ello. Así lo atestiguan frases tales como: “Nos hizo un no con el dedo”, “Me desnudaba con la mirada”, “Puso voz de caverna”, “Hizo más gestos que un mono”, “Casi lo atravesó con la mirada”. Frases que, más allá de su propio valor metafórico, asocian diversos elementos, verbales y no verbales, con una amplia gama de expresiones humanas.
Hablamos, vital y complementariamente, siempre. En lo verbal, con palabras y enunciados. En lo vocal, con modificaciones de la voz, chasquidos de la lengua y hasta silbidos. Y, en lo no verbal, con las posturas, los movimientos de la cabeza y de las manos, las expresiones faciales e, incluso, hasta con los modos de vestirnos.
El uso efectivo del lenguaje se manifiesta a través de una gran diversidad de elementos que lo componen. No es necesario observar a buenos conversadores para saber que ello es así. Basta que “nos pensemos” conversando para descubrir un universo fascinante, lleno de pequeños mundos. Nuestra conversación -sin arriesgarnos en el pecado de las generalizaciones- cuando es verdadera, “habla” por nuestros ojos, por nuestras manos, por nuestros poros, por todo nuestro ser y hacer. “Habla” por diversos canales. Cuando no es verdadera, también. Por algún canal se manifiesta la falsedad de lo que hacemos o decimos. A total, o a mediana conciencia, lo descubrimos en los otros. O somos descubiertos, si lo aplicamos nosotros. Los ejemplos, en este momento histórico, se multiplican.
Es que lo sabemos. Todos lo sabemos. Y lo asumimos. Siempre, de algún modo. Si no, véase como comprendemos la importancia de lo no verbal en la vida cotidiana. Observemos: mentimos con mayor poder por teléfono, evitando con ese recurso que una alteración de nuestras cejas, un rubor en nuestro rostro, un movimiento nervioso o el desviar de nuestra mirada, nos delate.
Aclaro, por las dudas, que nunca propondremos técnicas para mentir, sino una actitud más veraz, una mayor honestidad en cada acto.
En sentido contrario, cuando vamos a tratar un tema considerado importante, lo hacemos cara a cara, de modo que podamos registrar lo verbal y su coherencia con lo vocal y lo no verbal. Hemos aprendido, por instinto o a conciencia, que no hay nada fortuito. Que todo debe ser descifrado, coparticipado, comprendido y compartido. Que todo debe ser sondeado. Profundizado. La conversación es un acto complejo y completo.
Siendo la conversación – con el reconocimiento asumido a conciencia, de todos los lenguajes que entran en juego al mismo tiempo-; siendo, decíamos, un arte tan viejo y tan nuevo, no está libre de recetarios. Pero éste no es un fin, ni el fin, ni debe serlo. La conciencia del uso y el reconocimiento de lo verbal, lo vocal y lo no verbal, debe avisarnos para no descartar nada, ni lo obvio, a riesgo de no quedarnos metidos en la conversación o de dejarlo, a quien se interrelaciona con nosotros, fuera de ella. Actuar con coherencia, reconocer nuestro decir y hacer esa es la clave.
Sólo nos resta observar algo más sobre el acto complejo y completo de la conversación: los elementos propiamente verbales, lo que se dice, los que transmiten información de conocimientos, ocupan – según investigaciones- sólo un treinta y cinco por ciento de los otros elementos. La cualidad de la voz, el uso del gesto, las posturas y movimientos, que transmiten información indicial acerca de la persona que habla (que nos advierte su modo de ser, su personalidad, su estado de ánimo, su pertenencia a un grupo social...), ocupan el mayor tanto por ciento. Un tercer tipo de elementos sirven para regir el desarrollo de la conversación, pone en evidencia la misma: organiza las secuencias y el progreso temporal: las pausas, el cambio de palabras, los contactos visuales, los cambios de postura. Por ello, cuando alguien, con toda la sana intención, les quiera regalar “un micrófono que esté conectado con todas las cosas para que oigan sus cuentos”- como nos propuso una niña de los Colegios Comunitarios Hebreos- les pido que piensen en el otro lado de la historia. Y volteen mágica y creadoramente el espejo: consíganse un micrófono que les permita escuchar todos los cuentos, que han de tener las cosas, de todos los lenguajes que usan los hombres para comunicarse entre sí.

Grafitti escrito en el muro a carne viva de una presentación (parodiando a Orlando Araujo): Este cuento soy yo: el narrador oral.

Dejémonos de cuentos: quien narra “a viva voz y con todo el cuerpo” no habla solo: aunque espera escuchar “a Dios un día”: aunque espera escuchar a su público. Que es como decir su voz de retorno. Una sola vez, aunque más no sea. Y si de verdad no le importa, es porque él mismo se ha inventado el eco de su durabilidad, de su supuesta eternidad.

Cuando una palabra se te esconda, reviéntale un grito. Adentro. Sin necesidad de que otros se enteren. Pero con el coraje de no callar ante el riesgo.

...Que hay que ser muy autoexigente a la hora de narrar, acaso demasiado...que hay que luchar y entregarse tanto y siempre pareciéndonos poco... Es para no avergonzarnos de no ser más obra de arte y menos verdad, más experimentación y menos testimonio: todo a su medida, aunque incomode mucho a la buena conciencia.

El interés que cualquier narrador oral despierta, normalmente, radica en la forma y en la verdad de lo que dice. Por importante o profundo que sea lo que diga, si no lo dice bien no hay muchas probabilidades de que logre algo bueno, registrable. Además, toda narración tiene que ser literalmente verdadera, no en el sentido de que lo que se cuente haya sucedido, sino desde su credibilidad, desde la capacidad de hacer creíble incluso lo absurdo.

Texto de Armando Quintero tomado de ¿Quieres contar cuentos?http://www.analitica.com/media/3183637.pdf