Clarissa, la vaca azul

Clarissa, la vaca azul
paseando por el campo

sábado, 22 de agosto de 2009

Temas de Narración Oral: La narración oral como manifestación artística

Linsabel Noguera narra en Un rincón para bebés en el Banco del Libro.
Imágen tomada de http://la-rana-encantada.blogspot.com/


Deberíamos pensar que volver, en cualquier arte, pudiera a veces ser más sabio que continuar. Hoy se vuelve – por diversas causas y con diferentes logros- al valor de la palabra que se dice por los caminos más directos: el de los contadores de cuento. Se vuelve a creer en la palabra viva, se revalora la narración oral como un acto de imaginación, de audacia, de lealtad, de justicia, de pureza, de libertad, de dignificación, de solidaridad, de amistad y de amor- a través, dicho sea de paso y sin faltar, de los planteamientos teóricos-prácticos de diversos narradores orales presentes en festivales y muestras internacionales de artes escénicas. Volvemos a sentir que el soplo de la voz es creador. Que nuestros gestos y movimientos le acompañan. Que nuestro ser y hacer son uno. Que nuestras acciones de luz, de sueños, de verdades nos permiten ser hermanos: ser prójimo. Deberíamos preservar al dinamismo de este hoy: él nos permite reconocernos en los demás: luchar por la vida. Porque, además, narrar es un acto de goce.
Uno puede comenzar a narrar por casualidad. En realidad – pensémoslo bien- uno siempre lo hace así: uno comparte, aunque más no sea por una necesidad inmediata de comunicación, una vivencia. Después puede caer en el entusiasmo de seguir narrando por gusto y luego en el otro entusiasmo: de que nada le gusta a uno más en el mundo que narrar. A partir de aquí, lo que ocurre simplemente es que va aumentando el sentido de la responsabilidad. Uno va asumiendo a conciencia el oficio. Uno va teniendo la impresión de que cada matiz de la voz, cada gesto, cada movimiento tiene una resonancia mayor: cada palabra que se dice, afecta más a la gente, es más con los otros. A partir de aquí uno sabe que, el acto alborozado, casi irresponsable del principio, con el tiempo se vuelve también un sufrimiento: ser cada vez más con los otros, debe ser siempre posible, y no siempre es así. Lo importante, lo que realmente nos permitirá ser y hacer, estaría en asumir nuestro sufrimiento actual con el alborozo del principio: asociar nuestra euforia al esfuerzo. Aquí está la escuela del carácter que significa el acto de narrar tanto en lo estético como en lo ético.
Como los toreros – observaciones que compartimos con el universal colombiano Jairo Aníbal Niño, en 1990 en México- midamos nuestras fuerzas, aprendamos los movimientos calculados, las tensiones variables, la flexibilidad, la destreza y el riesgo, la endurecida paciencia y la fe. Porque todo lo difícil – aún la difícil sencillez- es cuestión de método. Fue entre otros Azorín – como nos lo recordaba Domingo Bordoli quien, con gran maestría, sostuvo estas indicaciones. Y todo método exige solamente una cosa: tiempo.
Sería trivial afirmar que el método – muy a nuestro pesar- engendra poder, ese poder confianza y esa confianza, por supuesto, alegría. Con lo cual retornamos a nuestra frase: narrar es un acto de goce. Por ello, hay que administrarse muy bien a sí mismo. Administrarse, en lo posible, haciendo que suene en cada uno de nosotros la canción:...
”después me dijo un arriero
que no hay que llegar primero
pero hay que saber llegar”...
Eso sí, que suene, que resuene, en la voz, el acento y la emoción de Pedro Vargas.
Fue Gabriel García Márquez quien dijo que Pablo Neruda era una especie de Rey Midas: todo lo que tocaba lo convertía en poesía. Tomemos nota de ello y traduzcámoslo al revitalizado oficio. Recordemos que, como creadores, debemos abstraer de nuestra experiencia personal, no de elementos públicos, universales, sino de elementos privados, particulares, abundantes en matices y relieves. Narramos con los otros, pero desde nosotros hacia los otros. Si narramos de verdad, narramos nuestra verdad, inventamos. Mejor dicho, “ficcionamos”: narrando una acción que nunca ocurrió, o moldeando lo que sí ocurrió, apuntamos más a la belleza que a una supuesta verdad cotidiana. Contamos lo que los otros aún no han visto, lo que los otros sueñan, lo que los otros temen o aguardan, lo que los otros quieren escuchar. No la verdad, sino nuestra verdad. Procediendo de esta forma, despertamos, hacemos visible aquello que siempre ha vivido en todos nosotros – en mí como narrador y en los que coparticipan conmigo en el acto de narrar aunque, las más de las veces, en estado letárgico o modo desconocido. Revelamos nuestra verdad, que se vuelve Verdad entre todos.
Atentos a lo anterior: narremos de tal modo que todo lo que toquemos se convierta en cuento. Y, como un camino, aprendamos a visitar los cuentos: acudir a ellos con todos los sentidos, con todos los sentimientos, con todos los conceptos. Abiertos; dispuestos a ser para, desde y con ellos.
Como quien entra a la casa de un amigo, a la casa de la persona a la cual admira, a un templo. Queriéndolo sin decirlo, abrazándolo sin tocarlo. Celebrando con él la voz humana. Porque, como asevera Eduardo Galeano: “...todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada”[1] ¡Y los cuentos nos dicen, los autores de los mismos- conocidos o no- nos dicen, nosotros decimos y quienes coparticipan con nosotros, en el acto artístico de la palabra que se dice, también!

Texto de Armando Quintero tomado de ¿Quieres contar cuentos?
http://www.analitica.com/media/3183637.pdf

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