Clarissa, la vaca azul

Clarissa, la vaca azul
paseando por el campo

martes, 21 de julio de 2009

Cuentos para narrar: algunos “Sucedidos”

imagen tomada del blog el cuento que no es cuento
Todo camino se hace con la marcha de nuestros pasos.
Hagamos camino: ¡comencemos a contar!

La joven y el unicornio
- ¡No puede ser! – dijo, a toda voz, la joven.
Ante ella estaba parado un bellísimo unicornio azul con alas que la miraba, invitándola a montarse sobre su lomo.
Cuando intentó hacerlo, ya recuperada de la sorpresa inicial, el unicornio había desaparecido.
Es que los seres como él son muy sensibles: si alguien supone que no pueden ser, sencillamente, no son.

Deseo cumplido
- Si quieres la luna, te la doy – le dijo el joven a su enamorada.
Cuando ella le dijo que sí, él la acompañó al campo de entrenamiento. Cumplió con ella todos los requisitos. Fueron meses y meses de largas y duras jornadas, hasta que les llegó la hora de embarcarse en la nave espacial.
Cuando pisaron por primera vez la luna, él le dio un fuerte abrazo.
Fue su despedida, antes de dejarla allí con su deseo cumplido.

La piedra certera
- ¡Sí!, ¡claro que David derrotó a Goliat! Pero, se los puedo asegurar, ¡no fue así cómo de verdad sucedieron todos los hechos! – aseveró el joven guerrero filisteo, que fuera atrapado mientras merodeaba por el campo enemigo -. Nunca pensamos que, ese joven pastor que sólo parecía atender a sus rebaños, era David. Y, menos, que iba a descubrir la treta que, por mucho tiempo los asustó a todos ustedes, israelitas. No supimos cómo llegó hasta los espejos que estaban ocultos entre las peñas. Porque, de verdad, todo era un juego de espejos: Goliat era un enano…
Éstas fueron sus últimas palabras. Una piedra, lanzada con certeza, había golpeado la frente del joven guerrero filisteo, y lo mató en el acto.
A prudente distancia, con su honda aún vacía entre las manos, David sonreía desafiante. Y nadie se atrevió a modificar la historia.

La labradora y el señor
- ¡No me vengan con más historias! – protestó a gritos la joven Aldonza Lorenzo -. Me da pena ese señor que ustedes dicen que me convirtió en su dama. ¿Dama, yo?, si sólo tengo el olor de las vacas que arreo, el aliento a los ajos y cebollas que cosecho, y estas manos y ropas maltratadas de labranzas. ¡Déjense, vecinitas, de pasar los chismes! ¡Y déjennos en este lugar de La Mancha! A mí, con mis quehaceres. Y a él, con su triste figura. Bastante tenemos cada uno con ello, ¡para estos tiempos que corren!

Protesta
- ¿Por qué a este Príncipe no se le ocurrió otra cosa que darme un beso para que despertara – protestaba, muy molesta, Bella Durmiente del Bosque, luego de los cien años que permaneció en su hechizo -. Además, ¡cuándo estaba soñando tan bonito!
- Y, ¿por qué no? – se preguntaba para sí, con maléfica sonrisa, el Hada que lo había creado -. Mi venganza se completaría, si todos creyesen que este cuento tiene un final feliz.

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